Jiddu Krishnamurti en español

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La esencia de las enseñanzas de Krishnamurti está contenida en la declaración que hizo en 1929, cuando dijo: «La Verdad es una tierra sin caminos».

El hombre no puede llegar a ella por medio de ninguna organización, a través de credos, dogmas, sacerdotes ni rituales, ni tampoco por medio de conocimientos filosóficos ni técnicas psicológicas.

Debe hallarla mediante el espejo de la relación, mediante la comprensión de los contenidos de su propia mente; por la observación y no por el análisis intelectual ni la disección introspectiva.

El hombre ha construido en sí mismo imágenes – religiosas, políticas y personales – como valla de seguridad. Estas se manifiestan en forma de símbolos, ideas y creencias. La carga de dichas imágenes domina el modo de pensar del hombre, su relación y su vida cotidiana. Estas imágenes son la causa de nuestros problemas, porque separan a un hombre de otro.

Su percepción de la vida está formada por los conceptos previamente establecidos en su mente. El contenido de su conciencia es toda su existencia. Dicho contenido es común a toda la humanidad. La individualidad es el nombre, la forma y la cultura superficial que ha adquirido de la tradición y del entorno. La unicidad del ser humano no estriba en la libertad superficial, sino en la completa liberación del contenido de su conciencia, la cual es común a toda la humanidad. Así pues, él no es ningún individuo.

Amor, Sexo y Castidad – Una selección de pasajes para el estudio de las enseñanzas de J. Krishnamurti.

Ante un Mundo en Crisis – ¿Puede cada quien, que es responsable del conflicto y miseria dentro de sí mismo y por ende en el mundo, permitir que su mente-corazón esté embotado por erróneas filosofías e ideas?

Cartas a las Escuelas – Estas cartas no son para leerse casualmente cuando usted tenga un poco de tiempo que le hayan dejado las otras cosas, ni son para tratarse como un entretenimiento.

La Educación y el Significado de la Vida – Cuando se viaje alrededor del mundo, se observa hasta qué grado extraordinario la naturaleza humana es la misma, ya sea en India o en América, en Europa o Australia…

Educando al Educador – Conferencia pronunciada en Bombay, India, en 1948. Capítulo IX del libro Un Mundo Nuevo.

El Arte de Vivir – Todas las reformas, por extensas y aparentemente duraderas que sean, son en sí mismas causa de ulterior confusión y nueva necesidad de reformas. Sin comprender todo el complejo ser del hombre, las meras reformas producirán sólo la confusa exigencia de más reformas…

El Camino de la Inteligencia – El camino de la inteligencia es un libro compuesto por una fascinante colección de diálogos entre Krishnamurti y un grupo de eminentes profesionales de la cultura: arte, ciencia, filosofía, psicología, religión…

El Conocimiento de Uno Mismo – Debemos, pues, llegar al punto en que nos preguntemos, de un modo realmente serio y profundo, si alguien puede darnos la paz, la felicidad, la realidad, Dios, o lo que os plazca… 14 Conferencias pronunciadas en Ojai, en 1949.

El Diario de Krishnamurti 1973 1975 – El ‘Krishnamurti’s Notebook ha sido una de las obras de mayor éxito que de Krishnamurti se hayan editado en los últimos veinticinco años. Ahora, este nuevo libro es otra vez un volumen que él mismo ha escrito ‑ todos sus libros han estado dedicados a los ‘diálogos’, medio por el cual él se comunica normalmente. Pero en este segundo libro escrito de su propia pluma, trata sus más recientes descubrimientos internos. En vista de que ya ha cumplido sus 87 años de edad, este volumen será una lectura esencial para sus muy numerosos lectores.

El Estado Creativo de la Mente – Siendo esclavos de las palabras, ¿cómo podríais comprender algo que es total, que no está contenido dentro de una palabra?

El Futuro de la Humanidad – Diálogos entre Krishnamurti y David Bohm.

El Libro de la Vida – Meditaciones diarias con Krishnamurti.

El Propósito de la Educación – Krishnamurti examina en este volumen, con su característica objetividad y percepción, las expresiones de lo que gustamos considerar como nuestra cultura, nuestra educación, nuestra tradición; y arroja mucha luz sobre motivaciones básicas tales como la ambición, la codicia, el deseo de seguridad y poder, todos ellos factores de deterioro en la sociedad humana.

El Reino de la Felicidad – Conversaciones sostenidas en el castillo de Eerde, Holanda, en 1926.

El Último Diario. 1983 – 1984 – Este libro es original en el sentido de que es la única publicación de Krishnamurti que registra palabras que él dictara a un grabador magnetofónico mientras se encontraba a solas.

El Vuelo del Águila – Acción, acción espontánea y directa frente al hecho que llama a actuar. Acción sin «entretanto», sin lucubraciones intelectuales que postergan interminablemente. Acción sin tiempo.

Encuentro con la Vida – Piezas Cortas, Preguntas y Respuestas, Pláticas.

La Libertad Interior – Al hilo de esta libertad. Krishnamurti va enfocando en el presente libro los grandes temas del amor, la religión, las ideologías, el dolor, la belleza, la felicidad, la meditación. Un estímulo para que cada lector aceda, por sí mismo, a su propia e irreductible realización.

La Libertad Primera y Última – ¿Qué es precisamente lo que nos ofrece Krishnamurti?

La Mutación Psicológica – Conversaciones en Saanen 1964, incluidas en el libro “The New Mind”

Libro de Notas – 1961 1962

Obras completas tomo 1 – El Arte de Escuchar.

Obras completas tomo 2 – ¿Qué es la recta Acción?

Principios del Aprender – Conversaciones con los profesores e alumnos de Brockwood Park.

Temor, Placer y Dolor – Habrá diez conversaciones, de modo que podemos con­siderar las cosas con calma, paciencia e inteligencia. A los que seamos serios y no hayamos venido sim­plemente para una o dos conversaciones por mera curiosi­dad, nos atañe comprender las diversas complica­ciones y los problemas que tiene» cada ser humano, pues comprenderlos es resolverlos y quedar por completo libres de ellos.

Una Entrevista con Krishnamurti – La importante revista francesa Planète publicó, en su número 14 de enero-febrero 1964, un diálogo de enorme interés para toda persona a quien le preocupen los problemas fundamentales de la existencia humana.

Una Entrevista con Krishnamurti

Jiddu Krishnamurti en español

Una Entrevista con Krishnamurti por Carlo Suarès

Planète 1964

La importante revista francesa Planète publicó, en su número 14 de enero-febrero 1964, un diálogo de enorme interés para toda persona a quien le preocupen los problemas fundamentales de la existencia humana. El diálogo, considerado por Planète como un “documento excepcional”, ocurrió entre el periodista y escritor francés de gran renombre Carlo Suarès y J. Krishnamurti, figura de singular trascendencia en el pensamiento de nuestra época. El periodista, a petición de la revista, se desplazó a Gstaad, en Suiza, donde pasaba una temporada Krishnamurti, y, durante una semana, mantuvo conversaciones con él. El texto que figura a continuación se redactó a partir de las notas tomadas en el curso de esas conversaciones que se desarrollaron en francés. Krishnamurti mismo leyó y corrigió el texto para su publicación.

¿Son realmente importantes las religiones?

Krishnamurti: ¿Qué desean de mí sus amigos de Planète? ¿Quieren hechos reales o simplemente erudición? ¿Piensan que yo les aportaré resultados de lecturas? ¿Conclusiones? ¿Opiniones? ¿Síntesis? ¿Ideas?

Carlo Suarès: No es eso lo que ellos quieren.

Krishnamurti: Dígales que yo no he leído nada, que no poseo referencias. Para mí no hay mutación psicológica más que cuando cesa el proceso acumulativo.

Carlo Suarès: Acaba usted de pronunciar la palabra “mutación”. Es una palabra que se encuentra a menudo en esta revista, pero acompañada, en general, de la idea de que la metamorfosis de este mundo moderno puede llevarnos, como por un proceso natural, a un cambio de estado interior, mientras que lo que usted quiere es una revolución total e inmediata de la conciencia, revolución que ninguna evolución puede provocar.

Krishnamurti: Todos sabemos que nuestra época es explosiva, que los medios con que cuenta el hombre, que han permanecido más o menos constantes durante milenios, se han multiplicado súbitamente millones de veces; que las calculadoras electrónicas, por no mencionar más que eso, se vuelven, con el paso de las horas, cada vez más fantásticas; que el hombre mañana irá a la Luna o más allá; que la biología está a punto de descubrir el misterio de la vida, e incluso de crear vida. Sabemos que las ideas mejor demostradas de la ciencia se desmoronan; que todo se pone constantemente en tela de juicio, y que los cerebros se ven coaccionados y forzados a ponerse en movimiento. Todo eso lo sabemos; no es pues necesario insistir sobre este aspecto de nuestra época. En la actual confusión, el hombre anda en busca de una seguridad material que no puede encontrarse sino por medio de los conocimientos tecnológicos. Las religiones se han convertido en superestructuras que apenas tienen una importancia real en los asuntos del mundo, mientras que las cuestiones fundamentales quedan sin respuesta: el tiempo, el dolor, el temor…

Mutación, religiones, temor…

Carlo Suarès: Por ahí es por donde podemos iniciar un debate. Yo creo que muchos lectores de Planète le dirán esto, puesto que también ellos están de acuerdo en comprobar que la sociedad está en pleno desorden y confusión ¿Por qué, entonces, no pensar que este formidable movimiento no se producirá al mismo tiempo en nuestros cerebros?

Krishnamurti: Efectivamente, podemos pensarlo. Pero ¿es eso lo que puede llamarse una mutación? ¿Tener un cerebro electrónico? El cerebro no es toda la conciencia.

Carlo Suarès: No se trata del cerebro. Nuestra conciencia se ensancha y abarca todo nuestro planeta, y lo que ocurre en el otro extremo del mundo….

Krishnamurti: Sí, ya he comprendido….

Carlo Suarès: … Los monjes budistas que se hacen quemar vivos, los negros de Norteamérica…

 

Krishnamurti: Por supuesto. Desde luego. Ellos forman parte de nosotros, y la espantosa miseria de Asia, y todas las tiranías por todas partes, y la crueldad, y la ambición, y la codicia, y los innumerables conflictos del mundo; todo eso nosotros lo sentimos. Todo eso, somos nosotros. Tenga usted todo eso totalmente presente en su mente, y vea a qué extraordinaria profundidad debe efectuarse la mutación.

Carlo Suarès: Hay en este momento, en Francia, una corriente de pensamiento que al comprobar que la complejidad de la sociedad humana se ha vuelto inextricable, desearía que pudiera constituirse un pensamiento humano colectivo, capaz de reunir en una síntesis los hilos dispersos de nuestros conocimientos…

Krishnamurti: ¿Qué otras cuestiones considera usted?

Carlo Suarès: La cuestión religiosa, naturalmente. ¿Puede preverse una religión del porvenir, basada en un mejor conocimiento del Cosmos y en el sentimiento de que el hombre forma parte de é?

Krishnamurti: ¿Y que más?

Carlo Suarès: Me han encargado que le pregunte por lo que usted piensa del hecho de que en lo más recóndito del ser humano moderno, joven o viejo, está el temor…

Krishnamurti: Ya veo. Si le parece bien, vamos a empezar… Pero ¿está usted seguro de que Planète aceptará publicar todo lo que yo diga?

Carlo Suarès: Me lo han asegurado formalmente. ¿Puede usted, en una frase, indicarme lo esencial de lo que se propone hacer?

Krishnamurti: “Descondicionar” la totalidad de la conciencia.

Carlo Suarès: ¿Quiere usted decir que pide a cada uno que “descondicione” la absoluta totalidad de su propia conciencia? Permítame decirle que lo que más desconcierta en la enseñanza de usted, es su reiterada afirmación de que ese “descondicionamiento” total no requiere tiempo alguno.

La mutación psicológica no es lo que usted cree

Krishnamurti: Si se tratase de un proceso evolutivo, yo no lo llamaría mutación. Una mutación es un cambio brusco de estado.

Carlo Suarès: Yo no imagino a un “mutante”, es decir, un hombre que cambia de estado de conciencia, que no arrastre con él la resultante de todo su pasado. El hombre modifica el medio y el medio modifica al hombre….

Krishnamurti: No. El hombre modifica el medio, y el medio modifica tal o cual parte del hombre que está conectada con la modificación del medio, no al hombre en su totalidad, en su profundidad más recóndita. Ninguna presión exterior puede efectuar tal cosa, solo modifica las partes superficiales de la conciencia. Tampoco el análisis psicológico puede provocar la mutación, puesto que todo análisis se sitúa en el campo de la continuidad. Tampoco la experiencia puede provocar la mutación por más exaltada y “espiritual” que sea. Por el contrario, cuanto más aparezca ésta como una revelación, más condicionará. En los dos primeros casos – modificación psicológica producida por el análisis o la introspección, y modificación producida por una presión exterior – el individuo no sufre transformación profunda alguna: sólo se ve modificado, reformado, reajustado, para poder adaptarse a lo social. En el tercer caso – modificación producida por una experiencia llamada espiritual, sea conforme a una fe organizada, sea puramente personal – el individuo se ve proyectado a la evasión que le dicta la autoridad de cualquier símbolo.

 

En todos los casos hay acción de una fuerza compulsiva que se apoya en una moral social, es decir, un estado de contradicción y de conflictos. Toda sociedad es contradictoria en sí misma. Toda sociedad exige esfuerzos de parte de quienes la constituyen. Ahora bien, contradicción, conflicto, esfuerzo y competición son barreras que impiden toda mutación, porque mutación quiere decir libertad.

Carlo Suarès: ¿Surgen de ahí las evasiones hacia los símbolos?

Krishnamurti: Sólo en las partes inexploradas de la conciencia existen imágenes simbólicas. Las mismas palabras no son más que símbolos, hay que hacer estallar las palabras.

Carlo Suarès: Pero las doctrinas teológicas…

Krishnamurti: Dejémoslas tranquilas. Todo pensamiento teológico carece de madurez. No perdamos el hilo de nuestra conversación. Estábamos en la experiencia, y decíamos que toda experiencia es condicionante. En efecto, toda experiencia vivida –y no sólo hablo de aquellas que se llaman “espirituales”– tiene necesariamente sus raíces en el pasado. Que se trate de la realidad o de mi vecino, lo que yo reconozco implica una asociación con algo del pasado. Una experiencia llamada espiritual es la respuesta del pasado a mi angustia, a mi dolor, a mi temor, a mi esperanza. Esta respuesta es la proyección que ocurre para compensar un estado miserable. Mi conciencia proyecta lo contrario de lo que ella es, porque yo estoy persuadido de que ese contrario, exaltado y dichoso, es una realidad consoladora. Así, mi fe católica o budista construye y proyecta la imagen de la Virgen o del Buda, y esas invenciones despiertan una emoción intensa en esas mismas capas inexploradas de la conciencia que habiéndolas inventado sin saberlo, las confunde con la realidad. Los símbolos, o las palabras, se vuelven más importantes que la realidad. Se instalan en calidad de memoria en una conciencia que dice: “Yo sé, puesto que he tenido una experiencia espiritual”. Entonces las palabras y el condicionamiento se vitalizan mutuamente en el círculo vicioso de un circuito cerrado.

Carlo Suarès: ¿Un fenómeno de inducción?

Krishnamurti: Sí. El recuerdo de la emoción intensa, del choque, del éxtasis, engendra una aspiración hacia la repetición de la experiencia, y el símbolo se convierte en la suprema autoridad interior, en el ideal hacia el cual tienden todos los esfuerzos. Captar la visión llega a ser un propósito; pensar en ella sin cesar y disciplinarse, un medio. Pero el pensamiento es aquello mismo que crea una distancia entre el individuo tal como él es, y el símbolo o el ideal. No puede haber mutación posible sin morir para esa distancia. La mutación sólo es posible cuando cualquier experiencia cesa totalmente. El hombre que ya no vive ninguna experiencia es un hombre despierto. Pero vea usted lo que pasa en todas partes: se buscan siempre experiencias más profundas y más vastas. El hombre está persuadido de que vivir experiencias es vivir realmente. De hecho, lo que se vive no es la realidad sino el símbolo, el concepto, el ideal, la palabra. Vivimos de palabras. Si la vida llamada espiritual es un perpetuo conflicto, es porque en ella formulamos la pretensión de alimentarnos de conceptos, como si teniendo hambre pudiéramos alimentarnos con la palabra “pan”. Vivimos de palabras y no de hechos. En todos los fenómenos de la vida, ya se trate de la vida espiritual, de la vida sexual, de la organización material de nuestro tiempo de trabajo o de descanso, nos estimulamos por medio de palabras. Las palabras se organizan en ideas, en pensamientos, y sobre la base de esos estímulos, creemos vivir tanto más intensamente cuanto mejor hayamos sabido, gracias a ellas, crear distancias entre la realidad (nosotros, tales como somos) y un ideal (la proyección de lo contrario de lo que somos). De esa manera le volvemos la espalda a la mutación.

Hay que morir para el tiempo, para los sistemas, para las palabras

Carlo Suarès: Recapitulemos. Mientras exista en la conciencia un conflicto, sea el que fuere, no hay mutación. Mientras domine nuestros pensamientos la autoridad de la Iglesia o del Estado, no hay mutación. Mientras nuestra experiencia personal se erija en autoridad interior, no hay mutación. Mientras la educación, el medio social, la tradición, la cultura, o sea nuestra civilización, con todas sus influencias, nos condicione, no hay mutación. Mientras haya adaptación, no hay mutación. Mientras haya evasión, de cualquier naturaleza que sea, no hay mutación. Mientras yo procure alcanzar altas virtudes de asceta, mientras yo crea en una revelación, mientras yo tenga un ideal cualquiera, no hay mutación. Mientras yo procure conocerme analizándome psicológicamente, no hay mutación. Mientras haya un esfuerzo en pos de una mutación, no hay mutación. Mientras haya una imagen, un símbolo, ideas, o solamente palabras, no hay mutación. ¿He dicho bastante? No. Puesto que, llegado a este punto, sólo puedo verme obligado a agregar: mientras haya pensamiento, no hay mutación.

Krishnamurti: Exactamente.

Carlo Suarès: ¿Qué es, entonces, esa mutación de la que usted habla en todo momento?

Krishnamurti: Es una explosión total en el interior de las capas inexploradas de la conciencia, una explosión en el germen, o si le parece mejor, en la raíz del condicionamiento, una destrucción de la continuidad.

Carlo Suarès: Pero la vida misma es condicionamiento. ¿Cómo es posible destruir la continuidad y no destruir la vida misma?

Krishnamurti: ¿Quiere usted realmente saberlo?

Carlo Suarès: Sí.

Krishnamurti: Muera usted para la continuidad. Muera para el concepto total del tiempo: para el pasado, para el presente y para el futuro. Muera para los sistemas, muera para los símbolos, muera para las palabras, porque todo eso son factores de descomposición. Muera para el psiquismo, pues él es el que se inventa el tiempo psicológico. Ese tiempo carece totalmente de realidad.

Carlo Suarès: Entonces, ¿qué es lo que queda sino la desesperanza, la angustia, el miedo de una conciencia que ha perdido todo punto de apoyo y hasta la noción de su propia identidad?

Krishnamurti: Si un hombre me formulase esta pregunta de esa manera, yo le respondería que él no ha hecho el viaje, que ha tenido miedo de pasar a la otra orilla

¿Qué es el miedo?

Carlo Suarès: Lo que usted dice da miedo. Yo me pregunto si la conciencia, en lo más profundo de sí misma, no tiene necesidad de este miedo. Eso explicaría por qué se lo mantiene constantemente, alimentado por las religiones, que se supone son refugios y tranquilizantes. Ellas alimentan el miedo, impidiendo que la conciencia se perciba tal como es. Ellas interponen, entre la conciencia y la realidad, la pantalla de las doctrinas teológicas.

Krishnamurti: Este problema es profundo y vasto a la vez. Abordémoslo explorándolo, palpándolo, por así decirlo, por diversos lados. El miedo es tiempo y pensamiento. Le damos una continuidad al miedo por medio del pensamiento, y por medio del pensamiento le damos una continuidad al placer. Este hecho es sencillo: pensando en el objeto de nuestro placer, le otorgamos al placer una continuidad, y lo mismo hacemos con el miedo, pensando en el objeto de nuestro temor. Si yo tengo miedo de usted – o de la muerte, o de alguna otra cosa – pienso en usted o en la muerte y así alimento el miedo. Si, por el contrario, llegásemos a encontrarnos cara a cara con el objeto de nuestro miedo, éste cesaría.

Carlo Suarès: ¿Cómo es eso?

Krishnamurti: Hablo del miedo psicológico, no del miedo de un peligro físico que uno trata de alejar, lo cual es natural. Considere usted el miedo a la muerte. ¿En qué consiste ese miedo? Dividimos la totalidad del fenómeno vital en vida y muerte. La vida es conocida, y de la muerte nada se sabe ¿Se tiene miedo de lo que no se conoce, o más bien se tiene de perder lo que uno conoce? Es evidente que vida y muerte son dos aspectos de un mismo fenómeno. Si dejamos de considerarlos como dos fenómenos diferentes, ya no hay conflicto.

Carlo Suarès: ¿No podríamos preguntarnos qué es el miedo en sí?

Krishnamurti: No hay miedo en sí. Nunca hay miedo que no sea miedo de algo.

Carlo Suarès: Pero ¿no existe un miedo fundamental?

El problema de la muerte

Krishnamurti: No. El miedo es siempre miedo de algo. Examine el asunto con suma atención y verá que es así. Todo miedo, aun inconsciente, es el resultado de un pensamiento. El miedo que se halla presente en todas partes y el miedo psicológico, en el interior del yo, son siempre el miedo de no ser. De no ser esto o aquello, o simplemente de no ser. La contradicción evidente entre el hecho de que todo lo que existe es transitorio, y la búsqueda de una permanencia psicológica: ese es el origen del miedo. Para vernos libres de él, debemos investigar en su totalidad la idea de la permanencia. El hombre que no tiene ilusiones no tiene miedo. Eso no quiere decir que sea cínico, amargado o indiferente.

Carlo Suarès: Eso significa que él ha visto que la estructura psicológica en la cual basa la noción de su propia identidad no es real, es sólo verbal.

Krishnamurti: Estamos, pues, ante uno de los mayores problemas: la muerte. Para comprender esta cuestión, no de forma verbal sino realmente, o sea, para profundizar con realismo en el hecho de la muerte, hay que desprenderse de todo concepto, de toda especulación, de toda creencia que tengamos, porque toda idea que pueda tenerse sobre este asunto estará engendrada por el miedo. Si nosotros, usted y yo, no tenemos miedo, podremos plantear correctamente el problema de la muerte. No nos preguntaremos qué sucede “después”, sino que exploraremos la muerte como un hecho en sí misma. Para comprender lo que es la muerte, toda búsqueda mendigante en las tinieblas debe cesar. ¿Estamos nosotros, usted y yo, en esa disposición de espíritu que no busca saber lo que hay “después de la muerte”, sino que se pregunta qué es la muerte? ¿Percibe usted la diferencia? Si uno se pregunta qué hay “después”, es porque no se ha preguntado qué es la muerte. ¿Estamos en condiciones de hacernos esta pregunta? ¿Puede uno realmente preguntarse qué es la muerte mientras no se pregunte qué es la vida? ¿Es acaso posible preguntarse qué es la vida a base de nociones, ideas y teorías sobre ella? ¿Cuál es la vida que conocemos? Nosotros conocemos la existencia de una conciencia que se debate sin cesar en toda clase de conflictos, internos y externos. Desgarrada por sus contradicciones, esta existencia está encerrada en el círculo de sus exigencias y de sus obligaciones, de los placeres que busca y de los sufrimientos que rehúye. Estamos enteramente embargados por un vacío interior, que la acumulación de posesiones materiales y mentales jamás puede colmar. En tal estado, no podemos plantearnos el problema de lo que es la muerte, porque no nos hemos planteado la cuestión de lo que es la vida. La existencia que conocemos, ¿es la vida? Las explicaciones como: resurrección de los muertos, reencarnación, etc., ¿provienen de un conocimiento de la muerte? Solo son meras proyecciones de ideas que nos forjamos acerca del fragmento de existencia que llamamos “vida”. Morir para la estructura psicológica con la cual nos identificamos; morir cada minuto, cada día, en cada acto que realizamos; morir para el placer inmediato y para la continuidad del dolor, y saber todo lo que está implícito en ese morir; entonces, es cuando estamos en condiciones de formular la pregunta: ¿qué es la muerte?

No se discute con la muerte corporal. Sin embargo, sólo aquellos que saben morir de instante en instante pueden evitarse iniciar con la muerte un diálogo imposible. En esa muerte constante hay una renovación constante, un frescor que no pertenece al mundo de la continuidad en la duración. Ese morir es creación. Creación es muerte y amor.

Las iglesias nada pueden

Carlo Suarès: Tengo que hacerle algunas preguntas sobre religión. Las grandes religiones más recientes han nacido, sin embargo, en épocas en las que se creía que la tierra era plana, que el sol recorría la bóveda celeste, etc. Hasta una época reciente (la de Galileo no está tan lejos) las religiones imponían por la violencia una serie de imágenes infantiles del cosmos. Hoy, no pudiendo hacer otra cosa, se colocan al lado de la ciencia y se contentan con declarar que sus cosmogonías son simplemente simbólicas. Pero proclaman que, a pesar de esta capitulación, son depositarias de las verdades eternas. ¿Qué piensa usted de eso?

Krishnamurti: Las religiones hacen su propaganda con el fin de obtener poder sobre las conciencias. Procuran apoderarse de la infancia para condicionarla mejor. Las religiones de las Iglesias y las de los Estados, proclaman la necesidad de todas las virtudes, mientras que su historia no es sino una serie de violencias, de terrores, de torturas, de matanzas inimaginables.

Carlo Suarès: Pero ¿no cree usted que hoy en día las Iglesias son menos combativas? ¿No vemos a los jefes de las más grandes Iglesias declarar que la fraternidad humana es lo más importante y que el culto es secundario?

Krishnamurti: Si la declaración de fraternidad es más importante que el culto, se debe a que el culto ha perdido su importancia incluso ante sus pontífices. Este pretendido universalismo es a lo sumo una simple tolerancia. Ser tolerante, es apenas tolerar al vecino con ciertas condiciones. Toda tolerancia es intolerancia, así como la no-violencia, es violencia.

De hecho, en nuestra época, la religión, como verdadera comunión del hombre con aquello que lo supera, no desempeña ningún papel en la trayectoria de los asuntos humanos. Más bien es todo lo contrario: las organizaciones religiosas son instrumentos políticos y económicos.

Carlo Suarès: Pero ¿no pueden esas organizaciones religiosas guiar a los hombres hacia una realidad que está más allá de ellos mismos?

Krishnamurti: No.

¿Qué es un espíritu libre?

Carlo Suarès: Pasemos, pues, al sentimiento religioso. El hombre moderno, que vive conscientemente en el universo de Einstein y no en aquel de Euclides, ¿no puede entrar mejor en comunión con la realidad del universo gracias a una conciencia más experimentada y ampliada de un modo adecuado?

Krishnamurti: El que quiera ampliar su conciencia, puede elegir entre las psicodrogas que más le convengan. En cuanto a entrar mejor en comunión con el universo gracias a una acumulación de informaciones y de conocimientos científicos acerca del átomo o de las galaxias, es como decir que una inmensa erudición libresca sobre el amor, nos hará conocer el amor. Y, por otra parte, a este hombre ultramoderno, tan al corriente de los últimos descubrimientos científicos, ¿le habrá servido todo ello para iluminar su universo inconsciente? Mientras en él subsista una sola parcela inconsciente, proyectará una irrealidad de símbolos y de palabras por medio de la cual se forjará la ilusión de estar en comunión con algo superior.

Carlo Suarès: Sin embargo, ¿cree usted que es posible una religión futura basada en hechos científicos?

Krishnamurti: ¿Por qué hablar de una religión futura? Veamos, más bien, lo que es la verdadera religión. Una religión organizada sólo puede producir reformas sociales, cambios superficiales. Toda organización religiosa se sitúa necesariamente dentro de una estructura social. Yo hablo de una revolución religiosa que sólo puede producirse fuera de la estructura psicológica de una sociedad, cualquiera que ella sea. Un espíritu verdaderamente religioso está desprovisto de todo miedo, porque está libre de todas las estructuras que las civilizaciones han impuesto a lo largo de los milenios. Un espíritu semejante está vacío, en el sentido de que se ha vaciado de todas las influencias del pasado, sea colectivo o personal, así como de las presiones que ejerce la actividad del presente, la cual genera el futuro.

Carlo Suarès: Un espíritu así, por el hecho de que se ha vaciado de su contenido, que de hecho lo contenía a él, es extraordinariamente libre…

Krishnamurti: Es libre, está vivo y totalmente en silencio. Es el silencio lo que importa. Es un estado sin medida. Solamente entonces, y no como una experiencia, se puede ver aquello que no tiene nombre, que está más allá del pensamiento y que es energía sin causa. Si no hay ese silencio creador, se haga lo que se haga, no existirá en la tierra ni fraternidad ni paz, es decir, no habrá verdadera religión.

Carlo Suarès: Todas las religiones preconizan alguna forma de plegaria, algún método de contemplación a fin de entrar en comunión con una realidad superior, cuyo nombre, Dios, Atmán, Cosmos, etc., varía. ¿Qué actividades religiosas practica usted? ¿Reza usted?

 

Krishnamurti: La repetición de fórmulas sagradas calma la agitación de la mente y la adormece. La plegaria es un calmante que permite vivir en el interior de un recinto psicológico, sin experimentar la necesidad de destrozarlo, de destruirlo. El mecanismo de la plegaria, como todos los mecanismos, produce resultados mecánicos. No existe plegaria alguna que pueda traspasar la ignorancia de uno mismo. Toda plegaria dirigida a aquello que es ilimitado, presupone que un espíritu limitado sabe dónde y cómo alcanzar lo ilimitado. Eso quiere decir que él tiene ideas, conceptos, creencias sobre todo eso y que se halla atrapado en todo un sistema de explicaciones, en una prisión mental. Lejos de liberar, la plegaria aprisiona. Ahora bien, la libertad es la esencia misma de la religión, en el verdadero sentido de esa palabra. Esta libertad esencial es negada por todas las organizaciones religiosas, a pesar de lo que digan. Lejos de ser un estado de plegaria, el conocimiento de sí mismo es la puerta de la meditación. No es ni una acumulación de conocimientos sobre psicología, ni un estado de sumisión llamada religiosa, en donde se espera la gracia. Es lo que derriba las disciplinas impuestas por la sociedad o la iglesia. Es un estado de atención total y no una concentración sobre algo en particular. Al estar el cerebro tranquilo y silencioso, observa el mundo exterior y ya no proyecta ninguna imaginación ni ninguna ilusión. Para observar el movimiento de la vida, el cerebro debe ser tan rápido como la misma vida, estar activo y sin dirección. Solamente entonces lo inconmensurable, lo atemporal, lo infinito, puede surgir. Eso es la verdadera religión.

Lo que queda por despertar

Carlo Suarès: ¿Cree usted que un pensamiento colectivo, que una inteligencia colectiva, habiendo acumulado y sintetizado los últimos logros de todas las ciencias, si es que ese pensamiento pudiera producirse, estaría en condiciones de guiar a la humanidad hacia una evolución sana?

Krishnamurti: La evolución que conocemos, de la carreta de bueyes al cohete espacial, se ha debido solamente a una determinada parte del cerebro. Aunque esa parte se desarrolle millones de veces más, esto no lograría el más mínimo progreso para el problema fundamental que se plantea la conciencia humana sobre sí misma. Se desarrollará. Ese proceso es irreversible y necesario. Pero existe otra parte del cerebro que todavía no está despierta y que desde ahora mismo podemos darle vida. Ese despertar no es cuestión de tiempo. Es una explosión revolucionaria que surge en el mismísimo origen de todas las cosas e impide la cristalización y solidificación – por los residuos del pasado – de una estructura psicológica. Esa lucidez aborda cada problema a medida que se presenta y, de esa manera, la importancia del problema se vuelve secundaria. Si no surge, y pervive, esa explosión de lucidez, que es energía sin causa, y que no es ni individual ni colectiva, el mundo no conocerá la libertad ni la paz.

Jiddu Krishnamurti en español

Una Entrevista con Krishnamurti

Una Entrevista con Krishnamurti por Carlo Suarès

Planète 1964

Amor, Sexo y Castidad

Jiddu Krishnamurti en español

La relación es el espejo en el que nos vemos a nosotros mismos tal como somos. Toda vida es un movimiento en relación. No existe nada viviente sobre la Tierra que no esté relacionado con una cosa u otra. Aun el ermitaño, un hombre que se marcha a un paraje solitario, sigue en relación con el pasado y con aquellos que le rodean. No es posible escapar de la relación. En esa relación, que es el espejo que nos permite vernos a nosotros mismos, podemos descubrir lo que somos, nuestras reacciones, nuestros prejuicios y temores, las depresiones y ansiedades, la soledad, el dolor, la pena, la angustia. También podemos descubrir si amamos o si no hay tal cosa como el amor. Por lo tanto, examinaremos este problema de la relación, porque la relación es la base del amor.

Madras, India, 26 de diciembre de 1982

El sexo se vuelve un problema extraordinariamente difícil y complejo en tanto no comprendemos la mente que piensa acerca del problema. El acto sexual en sí nunca puede ser un problema, lo que crea el problema es el pensamiento acerca del acto.

La Libertad Primera y Última

Cuando vemos todo esto: lo que hacemos del amor, del sexo, de la autocomplacencia, de tomar votos contrarios al sexo…, cuando vemos el cuadro completo, no como una idea sino como un hecho real, entonces el amor, el sexo y la castidad son una sola cosa. No están separados. Es la separación de las relaciones la que corrompe. El sexo puede ser tan casto como el cielo azul sin nubes; pero con el pensamiento, la nube llega y oscurece el cielo.

Conversaciones

Índice

La vida es un movimiento en relación

Descubriendo lo que somos realmente; el condicionamiento; se necesita un instrumento nuevo para resolver nuestros problemas humanos; la relación es un espejo en el cual nos vemos tal como somos; « ¿Qué es realmente nuestra relación mutua?»; el ego, la seguridad y el placer; por qué los seres humanos viven a base de imágenes.

El mecanismo de la formación de imágenes

Tener una relación con otro sólo es posible cuando no hay imagen; la imagen brinda seguridad; « ¿Podemos observar sin que opere todo el mecanismo de la memoria?»; no hay amor entre imágenes; establecer una verdadera relación es destruir la imagen; cuando comprendemos el mecanismo, la imagen deja de existir.

La comprensión del placer y el deseo

Nuestras mentes se ajustan al patrón del placer; la naturaleza del placer; si destruimos el deseo, destruimos la sensibilidad; el origen del deseo es el pensamiento que crea la imagen; es esencialmente lo mismo reprimir el deseo que ceder a él; uno no puede estar alerta al deseo si lo condena; el cultivo de la insensibilidad; el deseo y la pasión.

¿Por qué el sexo se ha convertido en un problema?

Qué es el sexo; muchas cosas están involucradas; el acto en sí jamás puede ser un problema, lo que crea el problema es el pensamiento acerca del acto; por qué pensamos del todo en el sexo; cuando hay amor, el sexo jamás es un problema; un hombre que ama es puro aunque pueda ser sexual; lujuria y pasión.

La castidad

Sin amor no hay castidad; los que son célibes con el fin de realizar Dios no son castos, porque están buscando un resultado; « ¿Por qué separamos el sexo de la belleza de una montaña?»; ¿hay sexo sin todo el mecanismo del pensamiento?; la represión y la indulgencia son ambas un derroche de energía.

El matrimonio

Deseamos compañía; cómo vivir con otro sin conflicto; qué significa estar relacionados; amor y responsabilidad; dominación y deber; causas de la falta de armonía en la relación; ¿la existencia separativa de un individuo es una ilusión?; ciertamente, debe ser posible funcionar en una relación sexual con alguien a quien amamos, sin la pesadilla que generalmente sigue.

¿Qué es el amor?

¿Es posible estar libres de celos y apego?; « ¿Por qué tener un motivo?»; la soledad me ha forzado a escapar; ¿puede el pensamiento darse cuenta de sus propias limitaciones?; el descubrimiento de que la soledad es creada por el pensar; si hay apego, no hay amor; al negar lo que no es amor, el amor existe.

El amor en la relación

El amor en la relación es un proceso purificador, puesto que revela las modalidades del «yo»; uno puede pensar en la persona a la que ama, pero no puede pensar en el amor; si uno ama, no hay dominación, celos, apego ni división entre hombre y mujer; el amor se manifiesta cuando comprendemos totalmente nuestro proceso.

Estar relacionado significa terminar con el yo

¿Qué lugar ocupa el pensamiento en la relación?; la fragmentación; el mecanismo que forma las imágenes; el aislamiento y la autoprotección; el pensamiento exige la continuidad del placer; la relación está siempre en el presente vivo; puede existir sólo cuando hay total entrega de uno mismo, cuando no hay «yo»; ¿alguna vez se ha desprendido realmente del «yo»?

Krishnamurti en español

Amor, Sexo y Castidad

Jiddu Krishnamurti en español

El Mecanismo De La Formación De Imágenes

¿Han mirado alguna vez a la propia esposa, al marido, a los hijos, al vecino, al jefe o a alguno de los políticos? En tal caso, ¿qué han visto? La imagen que tiene de la persona, la imagen que tienen de sus políticos, del primer ministro, de su dios, de su esposa, de sus hijos; esa imagen es lo que miran. Y esa imagen se ha formado a causa de la relación, o de sus temores, o de sus esperanzas.

El placer sexual y otros placeres que hemos tenido con nuestra esposa, nuestro esposo, así como la ira, la adulación, el consuelo, todas las cosas que trae consigo la vida de familia -que es una vida abrumadora- han creado una imagen respecto de la esposa o el esposo. Con esa imagen miramos. De igual modo, nuestra esposa o nuestro esposo tienen una imagen de nosotros. Por lo tanto, la relación entre nosotros y nuestra esposa o nuestro esposo, entre nosotros y el político es, en realidad, la relación entre dos imágenes. ¿Correcto? Eso es un hecho. ¿Cómo pueden dos imágenes, que son el resultado del pensamiento, del placer y demás, tener relación alguna de afecto o amor?

Por consiguiente, la relación entre dos individuos, muy íntimamente unidos o muy lejanos, en una relación de imágenes, símbolos, recuerdos. Y en eso, ¿cómo puede haber verdadero amor? ¿Comprenden la pregunta?

Obras completas, volumen XVII

Nueva Delhi, 22 de diciembre de 1966

Tener una relación con otro sólo es posible cuando no hay imagen

¿Estamos alguna vez relacionados con alguien, o la relación es entre dos imágenes que hemos creado el uno respecto del otro? Yo tengo una imagen de usted y usted una imagen de mí. Yo tengo una imagen de la otra persona como mi esposa o marido o lo que fuere, y la otra persona también tiene una imagen de mí. La relación es entre estas dos imágenes y nada más. Tener una relación con otro sólo es posible cuando no hay imagen. Cuando yo puedo mirarlo a usted y usted puede mirarme a mí sin la imagen de la memoria, de los insultos y todos lo demás, entonces hay una relación, pero la naturaleza misma del observador es la imagen, ¿verdad? Mi imagen observa su imagen, si es posible observarla, y a esto lo llamamos relación, pero es una relación entre dos imágenes, es una relación que no existe, porque ambos somos imágenes. Estar relacionado significa estar en contacto. El contacto debe ser algo directo, no entre dos imágenes. Requiere muchísima atención, mucha percepción alerta mirar a otro sin la imagen que tenemos de esa persona, siendo la imagen los recuerdos acerca de esa persona, cómo nos ha insultado, cómo nos ha complacido, cómo nos ha dado placer, esto o aquello. Sólo cuando entre dos seres Humanos no hay imágenes, existe una relación.

Obras completas, volumen XVII

Nueva York, 26 de septiembre de 1966

Para mirar tiene que haber silencio

Si queremos mirar una flor, cualquier pensamiento acerca de esa flor nos impide mirarla. Las palabras rosa, violeta, es esta flor, aquella flor, es de tal especie, etc., nos impide observarla. Para poder mirar, no tiene que haber interferencia alguna de la palabra, que es la exteriorización del pensamiento. Tenemos que estar libres de la palabra, y para mirar tiene que haber silencio; de lo contrario, es imposible mirar. Si miramos a nuestra mujer o a nuestro marido, todos los recuerdos que tenemos, ya sea de placer o de dolor, interfieren con el mirar. Sólo cuando miramos sin la imagen, existe una relación. Mi imagen verbal y la imagen verbal del otro no se relacionan en absoluto. Carecen de existencia real.

Obras completas, volumen XVII

Nueva York, 5 de octubre de 1966

¿Por qué tenemos imágenes acerca de nosotros mismos?

Para comprender el pleno significado de la relación mutua, por íntima o distante que pueda ser, debemos empezar por comprender por qué el cerebro crea imágenes. Tenemos imágenes de nosotros mismos e imágenes de los demás. ¿Por qué cada uno tiene una imagen peculiar y se identifica con esa imagen? ¿Es necesaria la imagen, brinda una sensación de seguridad? ¿Acaso la imagen no origina la separación de los seres humanos?

Tenemos que observar muy atentamente la relación con nuestra esposa, nuestro marido o amigo; tenemos que mirar con mucha atención, sin tratar de eludir el hecho, sin tratar de ignorarlo. Debemos explorar juntos y descubrir por qué los seres humanos de todo el mundo tienen este extraordinario mecanismo que crea imágenes, símbolos, patrones. ¿Es porque en esos patrones y símbolos, en esas imágenes, encuentran una gran seguridad?

Si observan, verán que cada uno de ustedes tiene una imagen de sí mismo, ya sea una imagen de orgullo, que es arrogancia, o lo opuesto a eso. O han acumulado una gran cantidad de experiencias, han adquirido muchísimos conocimientos, los cuales crean por sí mismos la imagen, la imagen del experto. ¿Por qué tenemos imágenes de nosotros mismos? Esas imágenes separan a la gente. Si uno tiene una imagen de sí mismo como suizo, inglés, francés o lo que fuere, esa imagen no sólo deforma su observación de la humanidad, sino que también lo separa a uno de los demás. Y dondequiera que haya separación, división, tiene que haber conflicto, tal como hay conflictos desarrollándose en todo el mundo: el árabe contra el israelí, el musulmán contra el hindú, una iglesia cristiana contra otra. Divisiones nacionales y divisiones económicas, todas ellas resultado de las imágenes, de los conceptos y de las ideas, Y el cerebro se aferra a todo eso, ¿por qué? ¿Es a causa de nuestra educación, de nuestra cultura en la que el individuo es lo más importante y donde la sociedad colectiva es algo por completo diferente del individuo? Eso forma parte de nuestra cultura, de nuestra enseñanza religiosa y de nuestra educación cotidiana. Cuando uno tiene una imagen de sí mismo como inglés o norteamericano, esa imagen le da cierta seguridad. Es bastante obvio.

Habiendo creado la imagen propia, esa imagen se vuelve semi permanente; detrás de esa imagen o dentro de ella, uno trata de encontrar seguridad, amparo, una forma de resistencia. Cuando uno está relacionado psíquica o físicamente con otro, por delicada y sutil que sea esa relación, hay una respuesta basada en una imagen. Si uno está casado o tiene una relación íntima con alguien, hay una imagen que se ha formado en la vida cotidiana; ya sea que dicha relación tenga una semana o diez años de existencia, la imagen con respecto a la otra persona se ha ido formando lentamente, paso a paso. Uno recuerda cada reacción sumándola a la imagen y almacenándola en el cerebro, de modo tal que la relación – que puede ser física, sexual o psíquica – se establece de hecho entre dos imágenes, la propia y la de la otra persona.

Quien les habla no está diciendo algo extravagante, exótico o fantástico; señala tan sólo que estas imágenes existen. Existen, y uno jamás puede conocer a otro completamente. Si uno está casado o tiene una amiga, nunca puede conocerla totalmente; piensa que la conoce porque, habiendo vivido con ella, ha acumulado recuerdos de múltiples incidentes, irritaciones y otros sucesos que tienen lugar en la vida cotidiana; y ella también ha experimentado sus reacciones, cuyas imágenes se han fijado en su cerebro. Esas imágenes juegan un papel extraordinariamente importante en nuestra vida. Al parecer, somos muy pocos los que estamos libres de alguna forma de imagen. La libertad respecto de las imágenes es la verdadera libertad. En esa libertad no existe la división que las imágenes originan.

Si uno es un hindú, nacido en la India y sujeto a todo el condicionamiento que eso implica, el condicionamiento de la raza o el de un grupo particular con todas sus supersticiones, sus creencias religiosas, sus dogmas y rituales – toda la estructura de esa sociedad -, uno vive con ese complejo de imágenes que constituye nuestro condicionamiento. Y por mucho que se pueda hablar de hermandad, unidad, totalidad, ésas son tan sólo palabras vacías sin significado alguno en la vida cotidiana. Pero si uno se libera de toda esa imposición, de todo el condicionamiento que implica ese supersticioso desatino, entonces está acabando con la imagen. Y lo mismo ocurre con las relaciones que establecemos; si uno está casado o vive con alguien, ¿es posible no formar en absoluto ninguna imagen, no registrar un incidente que puede haber sido placentero o doloroso en esa relación particular, no registrar ni el insulto ni el halago, ni el estímulo ni el desaliento?

¿Es posible no registrar en absoluto? Porque si el cerebro registra constantemente todo lo que sucede en lo psicológico, entonces jamás tiene la libertad necesaria para aquietarse, jamás puede estar tranquilo, en paz. Si el mecanismo del cerebro opera todo el tiempo, es obvio que se desgasta. Es lo que ocurre en nuestras relaciones mutuas, cualquiera que sea la índole de esas relaciones, y si existe un constante registro de todo, entonces, poco a poco, el cerebro empieza a deteriorarse y eso, en esencia, es la vejez.

Así pues, investigando damos con este interrogante: ¿Es posible en nuestras relaciones, con todas sus reacciones y sutilezas, con todas sus respuestas esenciales, es posible no retener recuerdos? Este recordar y registrar prosigue todo el tiempo. Nos preguntamos si es posible no registrar en lo psicológico, sino registrar tan sólo aquello que es absolutamente necesario que se registre. En ciertas direcciones es indispensable registrar. Por ejemplo, uno debe registrar todas las matemáticas relacionadas con estructuras y demás. Si voy a ser físico, debo registrar lo que ya se ha establecido en esa especialidad. Para aprender a manejar un automóvil, tengo que registrar. Pero en nuestras relaciones, ¿es en absoluto necesario registrar psicológicamente, internamente? El recuerdo de acontecimientos pasados, ¿es amor? Cuando le digo a mi esposa, «Te amo», ¿proviene eso del recuerdo de todas las cosas que hemos experimentado juntos: los incidentes, los afanes, las luchas, todo lo que se halla almacenado, registrado en el cerebro? ¿Es verdadero amor ese recuerdo?

¿Es posible, entonces, estar libre y no registrar nada psicológicamente? Esto es posible sólo cuando hay atención completa. En la atención completa no existe el registrar. Yo no sé por qué necesitamos explicaciones, o por qué nuestros cerebros no son lo bastante rápidos como para captar toda la cosa mediante un discernimiento instantáneo. ¿Por qué no podemos ver esto, la verdad de todo esto, permitiendo que la verdad opere y así borre la pizarra a fin de que tengamos un cerebro que, psicológicamente, no registre nada en absoluto?

Pero los seres humanos son, en su mayoría, bastante indolentes, prefieren más bien vivir en sus viejos patrones, en sus hábitos particulares de pensamiento; rechazan todo lo que sea nuevo, porque piensan que es mucho mejor vivir con lo conocido que con lo desconocido. En lo conocido están a salvo – al menos piensan que están a salvo, seguros – y, en consecuencia, siguen repitiéndose, trabajando y luchando dentro de ese campo de lo conocido. ¿Podemos observar sin que opere todo el proceso y mecanismo de la memoria?

La Madeja del Pensamiento

Saanen, Suiza, 19 de julio de 1981

Establecer una verdadera relación es destruir la imagen

No hay amor entre dos imágenes. ¿Cómo puedo amarlo y usted amarme, si tiene una imagen de mí, si tiene ideas a mi respecto? Si lo he ofendido, apremiado, si he sido ambicioso, astuto, si he procurado sacarle ventaja, ¿cómo puede usted amarme? ¿Cómo puedo amarlo si usted amenaza mi posición, mi empleo, si se fuga con mi mujer? Si usted pertenece a un país y yo a otro, si usted pertenece a una secta -hinduismo o budismo o catolicismo-y yo soy musulmán, ¿cómo podemos amarnos el uno al otro? Por lo tanto, a menos que haya una transformación radical en la relación, no puede haber paz. Haciéndose monje o sanyasi y escapándose a los cerros, no va a resolver sus problemas. Porque dondequiera que viva, ya sea en un monasterio, en una cueva o en una montaña, está relacionado. No puede aislarse ni en la imagen que usted mismo ha creado de Dios, de la verdad, ni en la imagen de su propio «yo», etc.

Por consiguiente, establecer una verdadera relación es destruir la imagen. ¿Comprende lo que significa destruir la imagen? Significa destruir la imagen acerca de uno mismo: de que usted es hindú, de que yo soy paquistaní, musulmán, católico, judío, comunista o lo que fuere. Usted tiene que destruir el mecanismo por el que se crea la imagen -ese mecanismo opera en usted y opera en la otra persona-. De lo contrario, puede que destruya una imagen y el mecanismo cree otra. Por lo tanto, uno no sólo tiene que descubrir la existencia de la imagen, o sea, estar alerta a su imagen particular, sino que también debe darse cuenta de lo que es el mecanismo que produce esa imagen.

Veamos ahora qué es ese mecanismo. ¿Comprende mi planteo? Es decir, primero uno debe ser consciente de la existencia de la imagen, darse cuenta de ella, conocerla, no de manera verbal, intelectual, sino conocerla realmente como un hecho. Esto es algo extremadamente difícil, porque conocer la imagen implica muchas cosas. Yo puedo conocer, puedo observar este micrófono, eso es un hecho. Puedo nombrarlo de distintas maneras, pero si ustedes saben qué es lo que designo con estos nombres, ven la realidad de ese hecho. Pero una cosa muy diferente es comprender la imagen sin interpretación alguna, ver el hecho de esa imagen, verlo sin el observador, puesto que el observador es el hacedor de la imagen y la imagen es el pensamiento del observador. Ésta es una cosa muy compleja. Uno no puede decir: «Destruiré la imagen», y meditar al respecto o practicar alguna clase de truco o hipnotizarse a sí mismo diciéndose que puede destruir la imagen; no es posible hacerlo así. Ello requiere una comprensión extraordinaria. Requiere gran atención y exploración, no una conclusión circunstancial; un hombre que explora jamás puede llegar a una conclusión. Y la vida es un río inmenso que fluye, que se mueve sin cesar. A menos que uno lo acompañe libremente, con gozo, con sensibilidad, con gran júbilo, no ve la belleza plena, el caudal, la claridad de ese río. Por lo tanto, debemos comprender este problema.

Cuando usamos la palabra «comprender», nos referimos con ella a una comprensión no intelectual, ¿verdad? Quizás haya comprendido usted la palabra «imagen», cómo ésta es creada por el conocimiento, la experiencia, la tradición, por las diversas tensiones y compulsiones de la vida familiar, por el trabajo en la oficina, los insultos…, todo lo que compone la imagen. ¿Cuál es el mecanismo que elabora esa imagen? ¿Comprende? La imagen tiene que ser formada. Y debe mantenerse; de lo contrario, se disolverá. Por consiguiente, es usted quien tiene que descubrir cómo funciona ese mecanismo. Y cuando comprende la naturaleza y el significado del mecanismo, entonces la imagen misma deja de ser; no sólo la imagen consciente, la imagen que usted tiene conscientemente de sí mismo y de la cual se da cuenta superficialmente, sino que también deja de existir la imagen mucho más profunda; o sea, que llega a su fin la totalidad de la imagen. Espero estar poniendo esto en claro.

Uno tiene que investigar y descubrir cómo la imagen surge a la existencia y si es posible detener el mecanismo que la crea. Sólo entonces podrá existir una relación entre seres humanos; no será una relación entre dos imágenes, que son entidades muertas. Esto es muy simple. Usted me halaga, me respeta; y yo tengo una imagen de usted, imagen formada a raíz de los insultos, de los halagos. Conservo experiencias de dolor, muerte, desdicha, conflicto, hambre, soledad. Todo eso crea una imagen en mí; soy esa imagen. No es que yo sea la imagen, ni que la imagen y yo seamos diferentes, sino que el «yo» es esa imagen, el pensador es osa imagen. Es el pensador el que crea la imagen. Con sus respuestas, con sus reacciones -físicas, psicológicas, intelectuales, etc.-, el pensador, el observador, el experimentador crea la imagen mediante la memoria, mediante el pensamiento. Por consiguiente, el mecanismo es el pensar, el mecanismo surge a la existencia a causa del pensamiento. Y el pensamiento es necesario, de otro modo no podríamos existir.

Así pues, en primer lugar vea el problema. El pensamiento crea al pensador. El pensador empieza a elaborar la imagen de sí mismo: él es el atman, él es Dios, él es el alma, él es un brahmín o un no brahmín, él es un musulmán, un hindú, etc. El pensador crea la imagen y vive en ella. Por lo tanto, el principio de este mecanismo es el pensar. Y usted preguntará: ¿Cómo puedo detener el pensar? No puede. Pero uno puede pensar y no crear la imagen. Uno puede observar esto, pero ¿por qué debería crear una imagen respecto de sí mismo? Usted crea una imagen de mí como musulmán, comunista o lo que fuere, sólo porque tiene una imagen de sí mismo, la cual me juzga. Pero si no tuviera imagen alguna de sí mismo, entonces me miraría, me observaría sin crear la imagen respecto de mí. Por ese motivo, esto requiere muchísima atención, requiere observar los propios pensamientos y sentimientos.

Así, uno empieza a ver que la mayoría de nuestras relaciones se basan de hecho en esta formación de imágenes y que, habiendo formado la imagen, uno establece o espera establecer una relación entre las dos imágenes y, naturalmente, entre imágenes no hay ninguna relación. Si usted tiene una opinión de mí y yo tengo una opinión de usted, ¿cómo podemos tener relación alguna?

La relación existe sólo cuando es libre, cuando hay libertad respecto de esta formación de imágenes… Examinaremos esto durante las próximas pláticas. Sólo cuando esta imagen se disuelva y cese la formación de imágenes, el conflicto llegará a su fin, habrá una terminación total del conflicto. Únicamente entonces habrá paz, no sólo internamente, sino también en lo externo. Sólo cuando uno ha establecido esa paz interna, la mente, estando libre, puede llegar muy lejos.

¿Sabe?, señor, la libertad puede existir sólo cuando la mente no se halla en conflicto. Casi todos vivimos en conflicto, a menos que estemos muertos. Uno se hipnotiza a sí mismo, o se identifica con alguna causa, con algún compromiso, alguna filosofía, secta o creencia; nos identificamos tanto que quedamos completamente hipnotizados y vivimos en un estado de sueño. Casi todos vivimos en conflicto; la terminación de ese conflicto es la libertad. Con el conflicto no puede haber libertad. Uno puede buscarla, puede desearla, pero jamás podrá tenerla.

La relación significa, pues, el fin del mecanismo que elabora la imagen; y con la terminación de ese mecanismo que da origen a la imagen, se establece la verdadera relación. En consecuencia, el conflicto llega a su fin. Y cuando el conflicto se termina hay, obviamente, libertad; libertad real, no como una idea sino como un hecho: el verdadero estado de libertad. Entonces, en ese estado de libertad, la mente, que ya no está más deformada ni torturada ni influida, que no se entrega a ninguna fantasía ni concepción mística, a ninguna visión, esa mente puede llegar muy lejos. Lejos, no en tiempo o espacio, porque no hay espacio ni tiempo donde hay libertad. Uso las palabras «muy lejos» -en realidad, estas palabras nada significan- en el sentido de que podemos descubrir; entonces, en esa libertad hay un estado de vacío, de júbilo, hay una bienaventuranza que ningún dios, ninguna religión, ningún libro pueden darle.

Por eso, a menos que una relación así se establezca entre usted y su esposa, su vecino, su sociedad, entre usted y otras personas, nunca tendrá paz y, por lo tanto, nunca tendrá libertad. Y entonces, como ser humano, no como un individuo, con esa relación podrá transformar la sociedad. No lo hará el socialista, ni lo hará el comunista; ninguno de ellos lo hará. Sólo el hombre que ha comprendido lo que es la verdadera relación, sólo un hombre así puede dar origen a una sociedad en la que el ser humano podrá vivir sin conflicto.

Obras Completas, volumen XVI

Bombay, 13 de febrero de 1966

En el instante en que no presto atención, el pensamiento asume el mando y crea la imagen

Pregunta: Para que termine la formación de imágenes, ¿también debe cesar el pensamiento? ¿Lo uno implica necesariamente lo otro? El final de la formación de imágenes, ¿es realmente la base sobre la cual uno puede empezar a descubrir qué son el amor y la verdad? ¿O ese final es la esencia misma de la verdad y el amor?

Krishnamurti: Vivimos a base de imágenes creadas por la mente, por el pensamiento. Continuamente agregamos y quita­mos imágenes. Usted tiene su propia imagen acerca de sí mismo; si uno es un escritor, tiene una imagen de sí mismo como escritor, si es marido o esposa, cada cual ha creado una imagen de sí mismo, o de sí misma. Esto empieza desde la infancia, a causa de la comparación, de la sugestión, cuando a uno le dicen que no es tan bueno como el otro chico, o que debe hacer tal cosa, o que no, debe hacerla; así, gradualmente, este proceso se acumula. Y en, nuestras relaciones, personales o de otro tipo, siempre hay una: imagen. Mientras la imagen exista, es inevitable que uno sea lastimado, golpeado u ofendido. Y esta imagen impide por completo que haya una relación verdadera con el otro.

Ahora bien, el interlocutor pregunta: ¿Puede esto terminar alguna vez, o es algo con lo que tenemos que vivir perpetuamente? Y también pregunta: En la terminación misma de esa imagen, ¿llega a su fin el pensamiento? ¿Están ambas cosas, la imagen y el pensamiento, relacionadas entre sí? Cuando cesa el mecanismo por el que se forma la imagen, ¿es eso la esencia misma del amor y la verdad?

¿Alguna vez ha terminado de veras con una imagen, haciéndolo espontáneamente, fácilmente, sin ninguna compulsión, sin ningún motivo? No diciendo: «Debo terminar con la imagen que tengo de mí mismo, así no seré lastimado». Tome una imagen y examínela; al examinarla descubre todo el movimiento de la formación de imágenes. En esa imagen comienza a descubrir que hay temor, ansiedad, una sensación de aislamiento; y si siente temor, dice: «Es mucho mejor quedarme en algo que conozco y no en algo que no conozco». Pero si lo examina a fondo y con total seriedad, investiga quién o qué es el hacedor de la imagen, no de una imagen en particular sino de toda la formación de imágenes. ¿Es el pensamiento? ¿Es ésa la respuesta, la reacción natural para protegerse uno mismo física y psicológicamente? Uno puede entender que haya una respuesta natural a la protección física: cómo tener alimento, ropas, un lugar donde vivir, cómo evitar ser atropellado por un ómnibus, etc. Ésa es una respuesta natural, sana, inteligente. En ello no hay imagen; pero psicológicamente, internamente hemos creado esta imagen que es la consecuencia de una serie de incidentes, accidentes, ofensas, enojos.

¿Es esta formación psicológica de imágenes el movimiento del pensar? Sabemos que el pensamiento no interviene, quizá para nada, en la reacción física auto protectora. Pero la formación psicológica de las imágenes es el resultado de la constante falta de atención, falta que es la esencia misma del pensamiento. El pensamiento es, en sí mismo, desatento. La atención no tiene un centro, no tiene un punto desde el cual ir a otro punto, como ocurre en la concentración. Cuando hay atención completa, no hay movimiento del pensar. Sólo en la mente que no está atenta surge el pensamiento.

El pensamiento es materia; el pensamiento es el resultado de la memoria; la memoria es el resultado de la experiencia, la cual debe ser siempre limitada, parcial. La memoria, el conocimiento, nunca pueden ser completos, siempre son parciales; por lo tanto, en ellos no hay atención.

 

Así pues, cuando hay atención no hay formación de imágenes, no hay conflicto; eso es un hecho, véalo. Si cuando usted me insulta o me adula, estoy completamente atento, entonces ese insulto o esa adulación nada significan. Pero en el instante en que no presto atención, el pensamiento, que en sí mismo es desatento, toma la dirección y crea la imagen.

El interlocutor también pregunta: El final de la formación de imágenes, ¿es la esencia de la verdad y el amor? De ningún modo. ¿Es amor el deseo? ¿Es amor el placer? Casi toda nuestra vida tiende al placer en diferentes formas, y cuando tiene lugar ese movimiento de placer, de sexo, etc., a eso lo llamamos amor. ¿Puede haber amor cuando hay conflicto, cuando la mente está debilitada por problemas, el problema de Dios, el problema de la meditación, los problemas entre el hombre y la mujer? Cuando la mente vive sumergida en problemas, como lo está la mayoría de nuestras mentes, ¿puede haber amor?

Aun el recuerdo del conflicto tiene que terminar. Con la carga de los recuerdos no podemos dar con la verdad. Es imposible. La verdad sólo puede manifestarse a una mente libre, asombrosamente libre de todo lo que haya sido hecho por el hombre.

Para mí, ésas no son palabras, ¿comprende? Si no fuera algo real, no hablaría de ello porque sería deshonesto para conmigo mismo. Si no se tratara de un hecho, yo sería entonces un terrible hipócrita. Esto requiere una integridad tremenda.

Preguntas y Respuestas

Ojai, California, 13 de mayo de 1980

Jiddu Krishnamurti en español

Amor, Sexo y Castidad

El Mecanismo De La Formación De Imágenes

Ante un Mundo en Crisis, 1940…1946

Jiddu Krishnamurti en español

Jiddu Krishnamurti, nacido en el Sur de la India en 1895, y educado desde niño en Inglaterra, está considerado como uno de los más destacados pensadores de nuestra época, por la profundidad de su mensaje, por su tenaz insistencia en el conocimiento de sí mismo, como base esencial para la liberación total del hombre y el desarrollo de una nueva sociedad. Miles de personas en los diversos campos de la actividad humana han encontrado una orientación vital, por la comprensión de sus enseñanzas.

El plan de difusión de este mensaje responde a la necesidad que siente el ser humano en el mundo de una transformación fundamental.

Índice

Introducción

Ojai, 1945 1946

Transformación del individuo y la Sociedad.

Ojai, 1940

Problemas de Convivencia Humana

Ojai, 1940

Problemas Psicológicos

Ojai, 1944 1944 1955

Problemas del Odio y la Violencia

Ojai, 1940 1944

Problemas de la Guerra y la Paz

Ojai, 1944 1945 1946

Problemas Económico-Sociales

Ojai, 1944

Problemas Espirituales

Ojai, 1940

Jiddu Krishnamurti en español

Ante un Mundo en Crisis, 1940…1946

 

 

Problemas Espirituales

Ojai, 1940

Pregunta: ¿La creencia en Dios no es necesaria en este mundo terrible y despiadado?

Krishnamurti: La creencia en Dios ha existido desde que el mundo es mundo, lo que no nos ha impedido llenarlo de horrores. Tanto el salvaje como el sacerdote altamente civilizado creen en Dios. El hombre primitivo mata con arcos y flechas, y se dedica a danzas frenéticas; el sacerdote civilizado bendice los acorazados y los bombarderos, dando para ello una serie de razones. Esto no lo digo cínicamente ni con ánimo despreciativo, de modo que no tenéis por qué sonreír. Es un asunto muy serio. Ambos son creyentes; pero están también los otros, los que no creen en nada, y que también optan por liquidar a los que se les cruzan en el camino. El hecho de adherirse a una creencia o a una ideología no acaba con las matanzas, la opresión y la explotación. Por el contrario, ha habido y continúan produciéndose espantosas guerras, destrucción y persecuciones en las que se invoca la causa de la paz y el nombre de Dios. Si logramos hacer de lado esas creencias e ideologías antagónicas, e introducimos en nuestra vida diaria un cambio profundo, habrá alguna probabilidad de que surja un mundo mejor. Es la propia vida cotidiana de cada ser humano que ha provocado la actual y anteriores catástrofes. Nuestro atolondramiento, nuestros exclusivismos nacionales, nuestras barreras y privilegios económicos, nuestra falta de compasión y de buena voluntad, han traído estas guerras y otros desastres. La mundanalidad, de naturaleza eruptiva, vomitará siempre caos y dolor.

Somos un resultado del pasado, y al edificar sobre él sin entenderlo, provocamos desastres. La mente, que es un resultado, un compuesto, no llega a entender Aquello que no está constituido por fragmentos, que carece de causa y es independiente del tiempo. Para comprender lo increado, la mente debe cesar de crear. Toda creencia pertenece forzosamente al pasado, a lo creado; y ella constituye un impedimento para la experimentación de lo real. Cuando el pensar‑sentir está anclado, en estado de dependencia, el entendimiento de lo real resulta imposible. Tiene que haber una franca y serena liberación del pasado, una espontánea inundación de silencio; sólo en tales condiciones puede florecer Aquello que es real. Cuando contempláis una puesta de sol, en ese instante de belleza un júbilo espontáneo y creador os invade. Luego, cuando deseáis que la misma experiencia se repita, la puesta de sol ya no os emociona; tratáis de sentir la misma dicha creadora, pero no la halláis. Vuestra mente fue capaz de recibir cuando nada pedía ni esperaba; pero habiendo recibido una vez quiere más y esa codicia la enceguece. La codicia es acumulativa y representa una pesada carga para la mente-corazón; no cesa de juntar, de almacenar. Nuestro pensar y sentir se ven corrompidos por la codicia, por las olas corrosivas del recuerdo. Sólo un estado de conciencia alerta y profunda pone fin a este proceso absorbente del pasado. La codicia, al igual que el placer, siempre limita y singulariza. ¿Y cómo un pensamiento nacido de la codicia habría de entender Aquello que es inconmensurable?

En lugar de reforzar vuestras creencias e ideologías, daos plena cuenta de vuestro pensar y sentir, pues en él está el origen de los problemas que la vida os presenta. Lo que vosotros sois, la es el mundo: si sois crueles, sensuales, ignorantes, codiciosos; así será el mundo. Vuestra creencia en Dios, o vuestra incredulidad a su respecto, muy poco significan. Sólo con vuestros pensamientos, sentimientos y acciones, en efecto, haréis del mundo una cosa terrible, cruel, bárbara, o un lugar de paz, de compasión y de sabiduría.

Pregunta: Díganos usted, por favor, ¿cuál es su concepto de DIOS?

Krishnamurti: Y bien, ¿por qué queremos saber si hay Dios? Si de un modo profundo podemos entender la intención de esta pregunta, comprenderemos muchísimo La creencia y la no creencia, son obstáculos positivos para la comprensión de la realidad; la creencia, los ideales, son el resultado del temor, el temor limita al pensamiento y para escapar del conflicto nos acogemos a distintas formas de esperanzas, estímulos e ilusiones. La realidad es experiencia auténtica, directa. Si dependemos de la descripción de otro, la realidad se desvanece porque lo que se describe no es real. Si nunca hemos probado la sal, de nada sirve la descripción de su sabor. Tenemos que probarla para conocerla. Ahora bien, la mayoría de nosotros queremos saber lo que es Dios, porque somos indolentes, porque es más fácil depender de la experiencia de otro que de nuestra propia comprensión; esto también cultiva una actitud irresponsable en nosotros, y entonces todo lo que tenemos que hacer es imitar a otro, modelar nuestra vida de acuerdo con un patrón o según la experiencia de otro, y siguiendo su ejemplo pensamos que hemos llegado, que hemos alcanzado, que hemos realizado. Para comprender lo supremo debe haber liberación del tiempo, el continuo pasado, presente y futuro: de los temores a lo desconocido, de los fracasos y del éxito. Hacéis esta pregunta porque, o bien queréis comparar vuestra imagen de Dios con la mía y de este modo afirmaros en ella, o reprobarla; mas esto sólo lleva a la pugna y al enfangamiento de las opiniones. Este camino no conduce a la comprensión.

Dios, la Verdad, o como queráis llamar a la realidad, no puede describirse. Lo que se puede describir no es lo real. Es vano inquirir si hay Dios, porque la realidad nace cuando el pensamiento se liberta de sus limitaciones, de sus anhelos. Si estamos educados en la creencia en Dios o en la oposición a ella, el pensamiento está sugestionado y se está formando un hábito, de generación en generación. Tanto la creencia, como la no creencia en Dios, impiden la comprensión de Dios. Estando anclados en la fe, cualquiera experiencia que podáis tener de acuerdo con vuestra creencia, sólo puede fortalecer más vuestro condicionamiento previo. La mera continuidad del pensamiento limitado no es la comprensión de la realidad. Cuando afirmamos a través de nuestra propia experiencia que existe o no existe Dios, estamos continuando y multiplicando experiencias influidas por el pasado. Sin que comprendamos las causas de nuestra esclavitud las experiencias no nos dan sabiduría. Si continuamos repitiendo determinada influencia a la que llamamos experiencia, tal cosa sólo fortalece nuestras limitaciones; pero no produce la liberación de ellas. La mente, como apunté en mi plática, es resultado del anhelo y, por tanto, transitoria; así, cuando la mente concibe una teoría de Dios o de la verdad, la probable es que sea un producto de su propia fantasía, y por ende, no es real. Tiene uno que llegar a darse cuenta plenamente de las distintas formas de anhelo, de temor, etc., y a través de la indagación y discernimiento constantes, nace una nueva comprensión que no es resultado del intelecto o de la emoción. Para comprender la realidad, tiene que haber lucidez, constante y darse cuenta.

Ojai, 1940

El amor es la única respuesta duradera a nuestros problemas humanos. No lo dividáis artificialmente en amor a Dios y amor al hombre. Solamente hay amor, pero el amor está cercado por diversas barreras. La compasión, el perdón, la generosidad y la bondad no pueden existir si no hay amor. Sin amor, todas las virtudes llegan a ser crueles y destructivas. El odio, la envidia, la mala voluntad, impiden la plenitud del pensamiento-emoción y es solamente en lo completo, en la plenitud, en donde puede haber compasión, perdón.

Jiddu Krishnamurti en español

Ante un Mundo en Crisis

Problemas Espirituales

Ante un Mundo en Crisis

Jiddu Krishnamurti en español

Transformación del Individuo y la Sociedad

Ojai, 1940

El dolor y la confusión existen siempre en el mundo; hay siempre en él este problema de lucha y sufrimiento. Llegamos a ser conscientes de este conflicto, de este dolor, cuando nos afecta personalmente o cuando está inmediatamente a nuestro alrededor, como lo está ahora. Los problemas de la guerra han existido antes; pero a la mayor parte de nosotros no nos han interesado porque estaban muy lejanos y no nos afectaban personal y profundamente; pero ahora la guerra está a nuestras puertas y esto parece dominar la mente de la mayor parte de la gente.

Ahora no voy a contestar las preguntas que inevitablemente surgen cuando interesan de modo inmediato los problemas de la guerra, la actitud y la acción que uno debiera asumir en relación a esta, etc. Pero vamos a considerar un problema mucho más profundo; porque la guerra es solamente una manifestación externa de la confusión y de la lucha interna de odio y antagonismo. El problema que debiéramos discutir, que es siempre actual, es el del individuo y de su relación con otro, que es la sociedad. Si podemos comprender este problema complejo, entonces tal vez estaremos en aptitud de evitar las múltiples causas que en último término conducen a la guerra. La guerra es un síntoma, por más que brutal y morboso, y ocuparse con la manifestación externa sin tener en cuenta las causas profundas de ella, es fútil y carece de propósito: cambiando fundamentalmente las causas, quizás podamos producir una paz que no sea destruida por las circunstancias externas.

La mayor parte de nosotros estamos inclinados a pensar que por medio de la legislación, por la simple organización, por el liderismo, pueden ser resueltos los problemas de la guerra y de la paz y otros problemas humanos. Como no queremos ser responsables individualmente de este torbellino interno y externo de nuestras vidas, acudimos a grupos, autoridades y acción de masa. Por medio de estos métodos externos se puede tener paz temporal: pero solamente cuando el individuo se entiende a sí mismo y entiende sus relaciones con otro, lo cual constituye la sociedad, puede existir la paz permanente, duradera. La paz es interna y no externa; sólo puede haber paz y felicidad en el mundo cuando el individuo ‑ que es el mundo – se consagra definitivamente a alterar las causas que dentro de él mismo producen confusión sufrimiento, odio, etc. Quiero ocuparme con estas causas y cómo cambiarlas profundamente y en forma duradera.

El mundo que nos rodea está en flujo constante, en constante cambio: existe incesante sufrimiento y dolor. ¿Pueden existir paz y felicidad duraderas en medio de esta mutación y conflicto, independientemente de todas las circunstancias? Esta paz y esta felicidad pueden descubrirse, desentrañarse de cualesquiera circunstancias en que se encuentre el individuo.

Durante estas pláticas trataré de explicaros cómo experimentar con nosotros mismos, y así libertar el pensamiento de sus limitaciones autoimpuestas. Pero cada uno debe experimentar y vivir seriamente y no vivir simplemente de acción y frases superficiales.

Este experimento serio, esforzado, debe comenzar con nosotros mismos, con cada uno de nosotros, y es en vano el alterar simplemente las condiciones externas sin un profundo cambio interno. Porque lo que es el individuo es la sociedad, lo que es su relación con otro, es la estructura de la sociedad. No podemos crear una sociedad pacífica, inteligente, si el individuo es intolerante, brutal y competidor. Si el individuo carece de bondad, de afecto, de sensatez en sus relaciones con otro, tiene inevitablemente que producir conflicto, antagonismo y confusión. La sociedad es la extensión del individuo; la sociedad es la proyección de nosotros mismos. Hasta que comprendamos esto y nos entendamos a nosotros mismos profundamente y nos modifiquemos radicalmente, el mero cambio de lo externo no creará paz en el mundo, ni le traerá esa tranquilidad que es necesaria para las relaciones sociales felices.

Así, pues, no pensemos sólo en alterar el medio ambiente: esto necesariamente debe tener lugar si nuestra atención completa se dirige a la transformación del individuo, la de nosotros mismos y de nuestra relación con otro. ¿Cómo podemos tener fraternidad en el mundo si somos intolerantes, si odiamos, si somos codiciosos, voraces? Esto es notorio, ¿verdad? Si cada uno de nosotros es llevado por una ambición que consume, si lucha por tener éxito, si busca la felicidad en las cosas, es seguro que tendrá que crear una sociedad que es caótica, cruel, insensible y destructora. Si todos comprendemos y estamos profundamente de acuerdo en este punto: que el mundo es nosotros mismos, y que lo que somos es el mundo, entonces ya podremos pensar en cómo producir el cambio necesario en nosotros.

En tanto que no estemos de acuerdo en este punto fundamental, sino que simplemente consideremos para nuestra paz y felicidad el ambiente, éste asume una importancia inmensa que no tiene, porque nosotros lo hemos creado, y sin un cambio radical en nosotros mismos llega a ser una prisión intolerable.

Nos apagamos al ambiente esperando encontrar en él seguridad y la continuidad de nuestra autoidentificación y, en consecuencia, nos resistimos a todo cambio de pensamiento y de valores. Pero la vida está en continuo flujo y por ende, existe conflicto constante entre el deseo que siempre tiene que llegar a ser estático y la realidad que no tiene morada.

El hombre es la medida de todas las cosas y si su visión está pervertida, entonces lo que piensa y crea debe inevitablemente conducir al desastre y al sufrimiento. El individuo construye la sociedad con lo que él piensa y siente. Personalmente, yo siento que el mundo es yo mismo, que lo que yo hago crea paz o sufrimiento en el mundo, que es yo mismo, y mientras yo no me comprenda no puedo traerle paz al mundo: así pues, lo que me concierne de un modo inmediato es yo mismo, no egoístamente con objeto de obtener mayor felicidad, mayores sensaciones, mayor éxito, porque mientras yo no me entienda a mí mismo, tengo que vivir en la pena y el sufrimiento y no puedo descubrir la paz y felicidad duraderas.

Para comprendernos, tenemos, en primer lugar, que estar interesados en el descubrimiento de nosotros mismos, debemos llegar a estar alerta respecto de nuestro propio proceso de pensamiento y sentimiento. ¿En qué están principalmente interesados nuestros pensamientos y sentimientos, qué es lo que les concierne? Les conciernen las cosas, las gentes y las ideas. En esto es en lo que estamos fundamentalmente interesados: las cosas, las gentes, las ideas.

Ahora bien, ¿por qué es que las cosas han asumido tan inmensa importancia en nuestras vidas? ¿Por qué es que las cosas, la propiedad, las casas, los vestidos, etc., toman un lugar tan dominante en nuestras vidas? ¿Es porque simplemente las necesitamos?, o ¿es que dependemos de ellas para nuestra felicidad psicológica? Todos necesitamos vestido, alimento y morada. Esto es notorio, pero ¿por qué es que esto ha asumido importancia y significación tremendas? Las cosas asumen tal valor y significación desproporcionados porque psicológicamente dependemos de ellas para nuestro bienestar. Alimentan nuestra vanidad, nos dan prestigio social, nos brindan los medios de lograr el poder. Las usamos con objeto de realizar propósitos diversos de los que tienen en sí mismas. Necesitamos alimento, vestidos, albergue, lo cual es natural y no pervierte; pero cuando dependemos de las cosas para nuestra gratificación, para nuestra satisfacción, cuando las cosas llegan a ser necesidades psicológicas, asumen un valor e importancia completamente desproporcionados y de aquí se origina la lucha y el conflicto por poseerlas y los diversos medios de conservar las cosas de las cuales dependemos.

Formúlese cada uno esta pregunta: ¿Dependo de las cosas para mi felicidad psicológica, para mi satisfacción? Si tratáis seriamente de contestar esta pregunta, sencilla en apariencia, descubriréis el proceso complejo de vuestro pensamiento y sentimiento. Si las cosas son una necesidad física, entonces les ponéis limitación inteligente, entonces no asumen esa importancia abrumadora que tienen cuando llegan a ser una necesidad psicológica. Por este camino comenzáis a comprender la naturaleza de la sensación y de la satisfacción: porque la mente que quiere llegar a comprender la verdad debe estar libre de semejantes ataduras.

Para libertar la mente de la sensación y de la satisfacción, tenéis que comenzar con las sensaciones que os son familiares y establecer allí el adecuado cimiento para la comprensión. La sensación tiene lugar, y comprendiéndola no asume la estúpida deformación que tiene ahora.

Muchos piensan que si las cosas del mundo estuvieran bien organizadas, de tal modo que todos tuviesen lo suficiente, entonces existiría un mundo feliz y pacífico; pero yo temo que esto no será así si individualmente no hemos comprendido el verdadero significado de las cosas. Dependemos de ellas porque internamente somos pobres y encubrimos esa pobreza del ser con cosas, y estas acumulaciones externas, estas posesiones superficiales, llegan a ser tan vitalmente importantes que por ellas estamos dispuestos a mentir, a defraudar, a luchar y a destruirnos unos a otros. Porque las cosas son el medio para lograr el poder, para tener gloria. Sin comprender la naturaleza de esta pobreza interna del ser, el mero cambio de organización para la equitativa distribución de las cosas, por mas que tal cambio es necesario, creará otros medios y caminos de obtener poder y gloria.

A la mayor parte de nosotros nos interesan las cosas y para comprender nuestra justa relación respecto a ellas, se requiere inteligencia, que no es ascetismo, ni afán adquisitivo; no es renunciación, ni acumulación, sino que es el libre e inteligente darse cuenta de las necesidades sin depender afanosamente de las cosas. Cuando comprendéis esto, no existe el sufrimiento del desprenderse, ni el dolor de la lucha de la competencia. ¿Es uno capaz de examinar y comprender críticamente la diferencia entre las propias necesidades y la dependencia psicológica de las cosas? No podéis responder esta pregunta ahora mismo. Sólo la responderéis si sois persistentemente serios, si vuestro propósito es firme y claro.

Es indudable que podamos comenzar a descubrir cuál es nuestra relación con las cosas. ¿Verdad que se basa en la codicia? ¿Y cuándo se transforma en codicia la necesidad? ¿No es acaso codicia que el pensamiento, percibiendo su propia vaciedad, su propia falta de mérito, proceda a investir las cosas de una importancia mayor que su propio valor intrínseco y en consecuencia crea una dependencia de ellas? Esta dependencia puede producir una especie de cohesión social: pero en ella siempre hay conflicto, dolor, desintegración. Tenemos que hacer claro nuestro proceso de pensamiento y podemos hacer esto si en nuestra vida diaria llegamos a darnos cuenta conscientemente de esta codicia y de sus aterradores resultados. Este darse cuenta conscientemente de la necesidad y de la codicia, ayuda a establecer el cimiento recto para nuestro pensar. La codicia, en una forma u otra, es siempre la causa del antagonismo, del odio nacional despiadado, y de las brutalidades sutiles. Si no comprendemos la codicia y la combatimos, ¿cómo podemos comprender la realidad que trasciende todas estas formas de lucha y sufrimiento? Debemos comenzar con nosotros mismos, con nuestra relación respecto a las cosas y a la gente. Tomé en primer lugar las cosas porque a la mayor parte de nosotros nos interesan son para nosotros de tremenda importancia. Las guerras son por las cosas y en ellas están basados nuestros valores sociales y morales Sin entender el proceso complejo de la codicia no comprenderemos la realidad.

* *

Para quienes por primera vez vienen aquí, haré una breve explicación acerca de lo que hablamos el domingo pasado. Los que estéis siguiendo estas pláticas de modo serio, no debéis sentir impaciencia, porque estamos tratando de pintar con palabras un cuadro de la vida tan completo como sea posible. Debemos entender el cuadro integro, la actitud completa hacia la vida y no meramente una parte.

Decía la semana pasada que no puede haber paz o felicidad en el mundo a menos de que nosotros, como individuos, cultivemos la sabiduría que da por resultado la serenidad. Muchos piensan que sin considerar su propia naturaleza interna, su propia claridad de propósito, su propia comprensión creadora, alterando en cierta medida las condiciones externas, pueden producir paz en el mundo. Esto es, esperan tener fraternidad en el mundo aun cuando en su interior estén atormentados por el odio, por la envidia, por la ambición, etc. Que esta paz no puede existir a menos que el individuo, que es el mundo, efectúe un cambio radical dentro de sí mismo, es obvio para quienes piensen profundamente.

Después de siglos de predicar la bondad, la fraternidad, el amor, vemos en rededor nuestro el caos y una brutalidad extraordinaria; somos fácilmente cogidos en este remolino de odio y antagonismo, y pensamos que alterando los síntomas externos, tendríamos la unidad humana. La paz no es una cosa que pueda traerse del exterior, puede solamente venir de adentro; esto requiere gran empeño y concentración, no en algún propósito único, sino en la comprensión del problema complejo del vivir.

Tomé como una de las causas principales de conflicto en nosotros mismos y por consiguiente en el mundo, la codicia, con su temor, con su anhelo de poder y dominio, a la vez que social, intelectual y emocional. Traté de marcar la diferencia entre la necesidad y la codicia. Necesitamos alimentos, ropa y albergue, pero esa necesidad se convierte en codicia, fuerza psicológica que impulsa nuestra vida, cuando por el anhelo de poder, de prestigio social, etc., damos valor desproporcionado a las cosas. Hasta que disolvamos esta causa fundamental de conflicto o choque en nuestra conciencia, la sola búsqueda de paz es vana. Aun cuando por medio de los códigos podamos tener orden superficial, el anhelo de poder, de éxito y demás, perturbará constantemente el vínculo que mantiene unida la sociedad y destruirá este orden social. Para producir paz dentro de nosotros y, por consiguiente dentro de la sociedad, debe comprenderse este choque central en la conciencia, causado por el anhelo. Para comprender, debe haber acción.

Hay quienes juzgan que el conflicto en el mundo es causado por la codicia, por la aserción individual para obtener poder y dominio por medio de la propiedad, y proponen que los individuos no retengan medios de adquirir poder, creen conseguir esto por medio de la revolución, del control de la propiedad por el Estado, siendo el Estado los pocos individuos que tienen en sus manos las riendas del poder. No podéis destruir la codicia por medio de códigos. Podréis destruir una forma de ella por la coacción, pero de un modo inevitable tornará en otra forma que creará de nuevo caos social.

También hay quienes piensan que la codicia o el anhelo pueden ser destruidos por medio de ideales intelectuales o emocionales, por medio de dogmas y credos religiosos; esto tampoco puede ser, porque la codicia no se domina por la imitación, el servicio o el amor. Anonadarse no es: el remedio duradero para el conflicto de la codicias Las religiones han ofrecido compensación por librarse de la codicia; pero la realidad no es compensación. Perseguir compensación es llevar a otro nivel, a otro plano, la causa del conflicto que es la codicia, el anhelo; pero el choque y el dolor siguen allí.

Los individuos están atrapados por el deseo de crear orden social o relación humana amistosa por medio de la legislación y de encontrar la realidad que prometen las religiones como compensación por renunciar a la codicia. Pero como lo he apuntado, la codicia no puede destruirse por la legislación o por la compensación. Para abordar de un modo nuevo el problema de la codicia, debemos ser plenamente conscientes de la falacia de una mera legislación social en su contra y de la actitud religiosa compensadora que hemos desarrollado. Si ya no estáis buscando compensación religiosa para la codicia, o si no estáis ya agarrados en la falsa esperanza de la legislación en contra de ella, entonces empezaréis a comprender un proceso diferente para disolver este anhelo de modo completo; pero esto requiere empeño persistente, sin sentimentalismo, sin los engaños del astuto intelecto.

Todo ser humano necesita alimento, ropa y albergue; pero ¿por qué ha llegado a ser esta necesidad un problema tan complejo y doloroso? ¿No es acaso porque usamos las cosas con propósito psicológico, más bien que como mera necesidad? La codicia es la demanda de satisfacción, de placer, y usamos las necesidades como medios de conseguirlo y les damos mucha mayor importancia y valor del que tienen. Mientras uno usa las cosas porque las necesita, sin estar psicológicamente involucrado en ellas, puede haber una limitación inteligente en las necesidades, que no esté basada en una mera gratificación.

El depender psicológicamente de las cosas se manifiesta como miseria y conflicto social. Siendo uno pobre interna, psicológica, espiritualmente, se piensa en enriquecerse por medio de posesiones con demandas y problemas complejos siempre en aumento. Sin resolver fundamentalmente la pobreza psicológica del existir, la sola legislación social o el ascetismo no pueden resolver el problema de la codicia, del anhelo. ¿Cómo puede, pues, resolverse fundamentalmente y no sólo en su manifestación externa, en su periferia? ¿Cómo va a liberarse el pensamiento del anhelo? Percibimos la causa de la codicia: el deseo de satisfacción, de deleite, pero ¿cómo ha de ser disuelta? ¿Ejercitando la voluntad? Si es así, ¿qué forma de voluntad? ¿La voluntad de vencer? ¿La voluntad de refrenar? ¿La voluntad de renunciar? He aquí el problema: siendo codicioso, avariento, mundanal, ¿cómo desembarazar el pensamiento de la codicia?

Como el pensamiento es ahora producto de la codicia, es transitorio y así no puede comprender lo eterno. Lo que ha de poder comprender lo inmortal, debe ser también inmortal. Lo permanente puede ser entendido solamente al través de lo transitorio. Esto es, el pensamiento nacido de la codicia es transitorio y todo lo que crea debe ser seguramente transitorio también, y mientras la mente esté aprisionada dentro de lo transitorio, dentro del círculo de la codicia, no puede ni trascenderla, ni vencerse a sí mismo. En su esfuerzo por dominar, crea mayores resistencias y más y más se enreda en ellas.

¿Cómo va a disolverse la codicia sin crear posterior conflicto, si el producto del conflicto está siempre dentro del dominio del deseo, el cual es transitorio? Podréis vencer la codicia por el esfuerzo de voluntad que se traduce en abnegación: pero eso no conduce a la comprensión, al amor, porque tal voluntad es producto del conflicto y no puede, por ende, libertarse de la codicia. Reconocemos que somos codiciosos. Hay satisfacción en poseer. Esto llena nuestro ser, lo expande. ¿Por qué, pues, necesitáis luchar contra eso? Si de veras estáis satisfechos con esta expansión, entonces no tenéis problema consciente. ¿Pero acaso puede ser la satisfacción completa? ¿No está en estado de flujo constante, anhelando una gratificación tras otra?

Así el pensamiento queda atrapado en su propia malla de ignorancia y dolor. Comprendemos que estamos aprisionados por la codicia, y también percibimos, cuando menos intelectualmente, el efecto de la codicia. ¿Cómo, pues, va el pensamiento a desembarazarse de sus propios y autocreados anhelos? Sólo estando constantemente alerta, sólo por medio de la comprensión del proceso de la codicia misma. La comprensión no se obtiene por el mero ejercicio de un propósito unilateral, sino por medio de ese acercamiento experimental que tiene la cualidad peculiar de inclusión total, de lo entero. Este acercamiento experimental yace en los actos de nuestra vida diaria; en llegando a darse cuenta de una manera profunda del proceso de la codicia y de la satisfacción, se produce el acercamiento integral a la vida, la concentración que no es resultado de elegir, sino que es lo completo. Si estáis alerta, observaréis claramente el proceso del anhelo; veréis que en este observar existe el deseo de selección, el deseo de razonar: pero este deseo es aún parte del anhelo. Tenéis que ser agudamente conscientes de la sutileza del anhelo y, así, a través del experimento surge la plenitud de la comprensión, que es lo único que de un modo radial liberta al pensamiento del anhelo. Si de este modo sois conscientes, habrá una forma diferente de voluntad o de comprensión, que no es voluntad nacida del conflicto o de la renunciación, sino de lo total, de lo completo; lo cual es santo. Esta comprensión es un acercarse a la realidad que no es producto del propósito o esfuerzo de logro; de la voluntad nacida del anhelo y del conflicto. La paz es de esta totalidad, de esta comprensión.

Jiddu Krishnamurti en español

Transformación del Individuo y la Sociedad

Problemas de Convivencia Humana

Ojai, 1940

En las últimas tres pláticas he tratado de explicar el acercamiento experimental al problema de la codicia: acercamiento que no es renunciación, ni control, sino la comprensión del proceso de la codicia, lo único que puede traer liberación perdurable de ella. Mientras uno dependa de las cosas para su propia satisfacción y enriquecimiento psicológicos, persistirá la codicia, creando conflicto social e individual y desorden. Sólo la comprensión nos libertara de la codicia y el anhelo, que tanto estrago han creado en el mundo.

Consideremos ahora el problema de la relación de convivencia entre los individuos. Si comprendemos la causa de fricción entre los individuos y, como consecuencia, con la sociedad, esa comprensión ayudará a producir libertad del afán posesivo. La relación de convivencia se basa actualmente en la dependencia, es decir, que uno depende de otro para su satisfacción psicológica, su felicidad y bienestar. Generalmente no nos damos cuenta de esto, pero en el caso de darnos, aparentamos que dependemos de otro, o tratamos de desenlazarnos artificialmente de la dependencia. Abordemos aquí, de nuevo, este problema experimentalmente.

Ahora bien, para la mayoría de nosotros, la relación con otro se basa en la dependencia, económica o psicológica. Esta dependencia crea temor, engendra en nosotros el afán posesivo, se traduce en fricción, suspicacia, frustración. El depender de otro económicamente puede, tal vez, ser eliminado por medio de la legislación y de una organización adecuada; pero me refiero en especial a la dependencia de otro, psicológicamente, que es resultado del anhelo de satisfacción personal, felicidad, etc. En esa relación posesiva, uno se siente enriquecido, creador y activo; siente que la pequeña llama de su propio ser es acrecentada por otro y así, no queriendo perder esa fuente de plenitud, se teme la pérdida del otro, y de esa manera nacen los temores posesivos, con todos los problemas que de ellos resultan. Así que, en la relación de dependencia psicológica, tiene que haber siempre temor, suspicacia, conscientes o inconscientes, que a menudo se ocultan bajo palabras agradables. La reacción de este temor lleva a uno en todo tiempo a la búsqueda de seguridad y enriquecimiento a través de diversos conductos, o a aislarse en ideas e ideales, o a buscar substitutos a la satisfacción.

Aun cuando uno dependa de otro, todavía existe el deseo de ser íntegro, de ser completo. El problema completo en la convivencia es el de cómo amar sin dependencia, sin fricción y conflicto: el de cómo vencer el deseo de aislarse, de apartarse de la causa del conflicto. Si para nuestra felicidad dependemos de otro, de la sociedad o del medio ambiente, éstos llegan a hacerse esenciales para nosotros nos abrazamos a ellos, y con violencia nos oponemos a su alteración en cualquiera forma, porque de ellos dependemos para nuestra seguridad y conforte psicológicos. Aunque percibamos, intelectualmente, que la vida es un continuo proceso de flujo, de mutación, que necesita cambio constante, sin embargo, emocional o sentimentalmente nos aferramos a los valores establecidos y confortantes; de allí que haya una lucha constante entre el cambio y el deseo de permanencia. ¿Es posible poner fin a este conflicto?

La vida no puede existir sin la convivencia; pero la hemos hecho en extremo angustiosa y repugnante por basarla en el amor personal y posesivo. ¿Puede uno amar y sin embargo no poseer? Encontraréis la verdadera respuesta no en el escape, no en los ideales, no en las creencias, sino por, la comprensión de las causas de la dependencia y el afán posesivo. Si puede comprenderse profundamente este problema de la relación entre uno y el otro, entonces tal vez comprendamos y resolvamos los problemas de nuestra relación con la sociedad, puesto que la sociedad no es sino la extensión de nosotros mismos. El ambiente, al que damos el nombre de sociedad, ha sido creado por pasadas generaciones; lo aceptamos porque nos ayuda a conservar nuestra codicia, afán posesivo, ilusiones. En esta ilusión no puede haber unidad ni paz. La unidad meramente económica producida por medio de la coacción y la legislación, no puede poner fin a la guerra. Mientras no comprendamos la interrelación individual, no podemos tener una sociedad pacifica. Puesto que nuestra convivencia se halla basada en el amor posesivo, tenemos que llegar a ser plenamente conscientes, en nosotros mismos, de su nacimiento, sus causas, su acción. En el hecho de darse plena cuenta del proceso de la posesividad, con su violencia, sus temores, sus reacciones, surge una comprensión que es total, completa. Sólo esa comprensión libera al pensamiento de la dependencia y el afán posesivo. Es dentro de uno mismo donde puede encontrarse la armonía en la convivencia, no en otro, ni en el medio ambiente.

En la convivencia la causa primordial de fricción es uno mismo, el yo, que es centro del anhelo unificado. Si tan sólo podemos darnos cuenta que no es la actuación del otro lo de primordial importancia, sino cómo cada uno de nosotros actúa y reacciona; y si esa reacción y acción pueden ser fundamental, profundamente comprendidas, entonces la convivencia sufrirá un cambio radical y profundo. En esta relación de convivencia con otro existe no sólo el problema físico, sino también el de pensamiento y sentimiento en todos los niveles; y sólo es posible estar en armonía con otro cuando uno mismo es integralmente armónico. Lo que importa en la convivencia es tener presente no al otro, sino a uno mismo, lo cual no significa que deba uno aislarse, sino que comprenda hondamente en uno mismo la causa del conflicto y el dolor. En tanto que dependamos de otro, intelectual o emocionalmente, para nuestro bienestar psicológico, esa dependencia inevitablemente tiene que crear temor, del cual emana el sufrimiento.

Para comprender la complejidad de la interrelación, debe haber paciencia reflexiva y sincero propósito. La convivencia es un proceso de autorevelación en el que uno descubre las causas ocultas del sufrimiento. Esta autorevelación es sólo posible en la convivencia.

Pongo énfasis en la relación de convivencia, porque en el acto de entender profundamente su complejidad estamos creando comprensión, comprensión que trasciende la razón y la emoción. Si basamos nuestra comprensión meramente en la razón, entonces hay en ella aislamiento, orgullo y falta de amor; y si la basamos únicamente en la emoción, no existe profundidad, hay sólo sentimentalismo que pronto se esfuma, y no amor. Solamente como resultado de esta comprensión puede existir la plenitud de acción. Tal comprensión es impersonal y no puede ser destruida; ya no está supeditada al tiempo. Si no podemos derivar comprensión de los diarios problemas de la codicia y de nuestras relaciones de convivencia, entonces el buscar tal comprensión y amor en otras esferas de conciencia es vivir en la ignorancia y la ilusión.

Cultivar simplemente la bondad, la generosidad, sin la comprensión plena del proceso de la codicia, es perpetuar la ignorancia y la crueldad; sin comprender integralmente la convivencia, tan sólo cultivar la compasión, el perdón, es producir el aislamiento de uno mismo y condescender con ciertas formas sutiles de orgullo. En la comprensión plena del anhelo hay compasión, perdón. Las virtudes que se cultivan no son virtudes. Esta comprensión requiere lucidez constante y alerta, persistencia ardua y a la vez flexible; el simple control con su entrenamiento peculiar tiene sus peligros, puesto que es unilateral incompleto y por tanto, vacío.

El interés verdadero produce su propia concentración natural, espontánea, en la que hay el florecimiento de la comprensión. Tal interés se despierta por medio de la observación, el cuestionar las acciones y reacciones de la existencia diaria.

Para captar el complejo problema de la vida, con sus conflictos y dolores, tiene uno que producir comprensión integral. Esto puede efectuarse sólo cuando comprendemos profundamente el proceso del anhelo, que es ahora la fuerza central de nuestra vida.

Jiddu Krishnamurti en español

Ante un Mundo en Crisis

Problemas de Convivencia Humana

Jiddu Krishnamurti

Problemas Psicológicos

Ojai, 1944

Pregunta: ¿Qué hay que hacer para estar libre de algún problema que nos perturba?

Krishnamurti: Para entender cualquier problema es preciso consagrarle de lleno nuestra atención. Tanto la mente consciente, como la inconsciente o profunda, tiene que intervenir en la solución de los problemas; pero casi todos nosotros, infortunadamente, tratamos de resolverlos de un modo superficial, es decir, con esa pequeña parte de la mente que entra en el campo de la “conciencia”, con el intelecto tan sólo. Ahora bien, nuestra conciencia ‑ nuestro pensar-sentir – es como un “iceberg” (témpano de hielo marítimo) cuyo mayor volumen se halla bajo la superficie del agua y del que sólo emerge una fracción. Tenemos conocimiento de esa parte superficial, pero es un conocimiento confuso; de la mayor fracción, la profunda e inconsciente, apenas nos damos cuenta. Si alguna noción llegamos a tener de ella, es cuando se torna consciente en sueños o mediante ocasionales insinuaciones; pero unos y otras las traducimos e interpretamos de acuerdo con nuestros prejuicios y con nuestra capacidad intelectual, siempre limitada. De ahí que esas insinuaciones de lo subconsciente pierdan su puro y profundo significado.

Si realmente deseamos entender nuestro problema, debemos empezar por disipar toda confusión en nuestra mente consciente, superficial, pensando en dicho problema y sintiéndolo tan amplia e inteligentemente como nos sea posible, comprensiva y desapasionadamente. Entonces, en este espacio libre de la conciencia abierta y alerta, la mente profunda podrá proyectarse. Cuando el contenido de las múltiples capas de conciencia haya sido de ese modo recogido y asimilado, solo entonces, el problema dejará de ser tal.

Tomemos un ejemplo. La mayoría de nosotros ha sido educada en un espíritu nacionalista. Se nos ha enseñado a amar a nuestra patria en oposición a las demás; a considerar a nuestro pueblo como superior a tal o cual otro, y así sucesivamente. Este orgullo o noción de superioridad se nos inculca en la mente desde la infancia; nosotros lo aceptamos, lo hacemos parte de nuestra vida y lo justificamos. Con esa tenue capa mental que llamamos “mente consciente”, tratamos de entender este problema y su profundo significado. Aceptamos el nacionalismo ante todo por obra de las influencias del ambiente y somos condicionados por ello. Este espíritu nacionalista, asimismo, nutre nuestra vanidad. La afirmación de que pertenecemos a esta o aquella raza o nación alimenta nuestros “egos” pequeños y mezquinos, inflamándolos como el viento infla las velas de los barcos; y así quedamos en disposición de defender nuestro país, matar y hacernos matar por él, por nuestra raza y por nuestra ideología. Identificándonos con lo que consideramos superior a nosotros, esperamos llegar a ser superiores; pero seguimos siendo íntimamente pobres; lo único que brilla como grande y poderoso es la etiqueta. Este espíritu nacionalista sirve fines económicos; y también se le usa, mediante el odio y el miedo, para unir a unos pueblos en contra de otros. Observando, pues, este problema y todo lo que implica percibir sus efectos: guerra, miseria, hambre y confusión. El adorar la parte, que es idólatra, nos hace negar el todo. Y esta negación de la unidad humana engendra tiranías, interminables guerras y brutalidades, divisiones sociales y económicas.

Todo esto lo entendemos intelectualmente, con esa tenue capa mental que denominamos “mente consciente”: pero seguimos prisioneros de la tradición, de la opinión pública, de la conveniencia, del temor y otras cosas más. Hasta que las capas profundas de nuestra mente salgan a luz y sean comprendidas, no nos veremos libres de la enfermedad del nacionalismo.

Al examinar, pues, este problema, hemos despejado la capa superficial de lo consciente para que hacia ella puedan fluir las capas más profundas. Este flujo puede intensificarse mediante un estado de conciencia constantemente alerta: observando cada reacción, cada estímulo que reciba el nacionalismo o cualquier otro mal por el estilo. Cada reacción, por pequeña que sea, tiene que ser pensada y sentida en un modo amplio y profundo. Pronto percibiréis que el problema se disuelve y que el espíritu nacionalista se desvanece. Todos nuestros conflictos y miserias pueden ser entendidos y disueltos de esta forma: aclarar la tenue capa de lo consciente, pensando y sintiendo profundamente el problema tan comprensivamente como sea posible: en esta claridad, en esta quietud comparativa, los motivos profundos, intenciones, temores y demás podrán proyectarse. Examinadlos a medida que aparezcan: estudiadlos y así los entenderéis. De este modo el estorbo, el conflicto, el dolor, total y profundamente comprendidos, quedan disueltos.

Pregunta: ¿Lo que usted enseña es simplemente una forma más de psicología?

Krishnamurti: ¿Qué entiende usted por psicología? ¿Ella es, a su entender, el estudio de la mente humana, de uno mismo? Si no entendemos nuestra propia estructura intima, nuestra psiquis, nuestro sentir y pensar, ¿cómo habremos de entender otras cosas? ¿Cómo podréis saber que lo que pensáis es verdadero, si no tenéis conocimiento alguno de vosotros mismos? Si no os conocéis, no conoceréis la realidad. La psicología no es un fin en sí misma. Es apenas un comienzo. Con el estudio de uno mismo colócanse firmes cimientos para la estructura de la realidad. Es preciso que existan esos cimientos, pero ellos no son la estructura ni un fin en sí mismos. Si no colocáis los verdaderos cimientos, surgirán a la existencia la ignorancia, la ilusión y la superstición, tal como hoy existen en el mundo. Es preciso que coloquéis los verdaderos cimientos con medios correctos. No se puede llegar a lo justo por medios errados. El estudio de sí mismo es tarea sumamente difícil; y sin conocimiento propio y recto pensar, la realidad suprema no es comprensible. Si no sabéis que existen y, por lo mismo, no entendéis la autocontradicción, la confusión y las diferentes capas de la conciencia ¿sobre qué base habréis de edificar? Sin conocimiento propio, todo lo que edificáis, vuestras formulaciones, creencias y esperanzas tendrán escaso significado

Comprenderse a sí mismo requiere alta dosis de desprendimiento y sutileza, perseverancia y penetración; no hacen falta el dogmatismo ni las afirmaciones, la negación ni las comparaciones, todo lo cual conduce al dualismo y a la confusión. Cada cual tiene que ser su propio psicólogo, tener alerta y despierta conciencia de sí mismo, pues sólo en uno mismo está la suma total del conocimiento y la sabiduría. Nadie puede ser perito acerca de vos. Hay que descubrir por sí mismo y de esta manera liberarse. Nadie más que vosotros mismos puede contribuir a libertaros de la ignorancia y del dolor. Cada cual engendra su propio sufrimiento, y el único posible salvador es uno mismo.

Pregunta: ¿Cuál es la fuente del deseo?

Krishnamurti: La percepción, el contacto, la sensación, la necesidad y la identificación causan el deseo. La fuente del deseo es la sensación, tanto en sus más bajas como en sus más altas formas. Y cuanto mayor sea vuestra exigencia de satisfacción sensual mayor será la parte de mundanalidad que busque continuidad en el más allá. Dado que la existencia es sensación, debemos simplemente comprender ésta, no ser sus esclavos: así emanciparemos el pensamiento para que trascendiéndose, se conviertan en pura y alerta conciencia. El deseo de ser satisfechos tiene que producir medios de satisfacción, cueste lo que cueste. Tal exigencia, tal deseo, puede ser observado, estudiado, inteligentemente comprendido y trascendido. Estar esclavizado por el anhelo es ser ignorante y el resultado de ello es el dolor.

Ojai, 1945‑46

Pregunta: Durante muchos, muchos años, he luchado con un problema personal. Estoy todavía luchando, ¿qué debo hacer?

Krishnamurti:¿Cuál es el proceso para la comprensión de un problema? Para comprender, la mente-corazón debe descargarse de sus propias acumulaciones, de manera que sea capaz de una percepción recta. Si queréis comprender una pintura moderna, tenéis, si os es posible, que hacer a un lado vuestra preparación clásica, vuestros prejuicios: vuestras respuestas ya educadas. De manera similar, si deseamos comprender un complejo problema psicológico, debemos ser capaces de examinarlo sin ninguna propensión favorable o condenatoria; debemos estar en aptitud de abordarlo con desapasionamiento y frescura.

El que interroga dice que ha estado luchando durante muchos años con su problema. En su lucha el ha acumulado lo que llamaría experiencia, conocimiento, y con esta carga en aumento trata de resolver el problema; de ese modo nunca se ha puesto frente a frente con él, abiertamente, como de nuevo, sino que siempre lo ha abordado con la acumulación de varios años. Es esta memoria acumulada lo que confronta el problema y por tanto no existe su comprensión. El pasado muerto obscurece el siempre vivo presente.

La mayoría de nosotros nos encontramos arrastrados por alguna pasión y somos inconscientes de ello, pero si acaso somos conscientes, generalmente la justificamos o disculpamos. Mas si es una pasión que deseamos trascender, por lo general luchamos con ella, tratamos de conquistarla o suprimirla. Al tratar de vencerla no la hemos comprendido; al tratar de suprimirla no la hemos trascendido. La pasión permanece todavía o ha tomado otra forma que es aún causa de conflicto y dolor. Esta constante y continua lucha no trae comprensión, sino sólo fortalece el conflicto, recargando la mente-corazón con la memoria acumulada. Pero si podemos ahondar profundamente dentro del conflicto y morir a él, enfrentarnos a él como por vez primera, sin el lastre del ayer, entonces podemos comprenderlo. Por estar nuestra mente-corazón alerta y aguda, profundamente consciente y en quietud, el problema se trasciende.

Si podemos abordar nuestro problema sin formular juicios, sin identificación, entonces las causas que yacen detrás de él se revelan. Si hemos de comprender un problema, debemos apartar nuestros deseos, nuestras acumuladas experiencias, nuestros patrones de pensamiento. La dificultad no está en el problema en sí, sino en cómo lo abordamos. Las cicatrices de ayer impiden abordarlo en la forma debida. El condicionamiento traduce el problema de acuerdo con su propio molde, lo cual no libera en forma alguna el pensamiento-sentimiento de la lucha y dolor del problema. Traducir el problema no es comprenderlo; para comprenderlo y así trascenderlo, la interpretación debe cesar. Lo que se comprende plena, completamente, no deja huella como memoria.

Jiddu Krishnamurti en español

Problemas del Odio y la Violencia

Ojai, 1940

Pregunta: ¿Cuál debería ser mi actitud hacia la violencia?

 

Krishnamurti: ¿Cesa la violencia por medio de la violencia, el odio por medio del odio? Si me odiáis y en respuesta yo os odio, si actuáis contra mí de un modo violento y de la misma manera actúo yo contra vos, ¿cuál es el resultado?: más violencia, mayor odio, mayor amargura, ¿no es cierto? ¿Hay fuera de ésta alguna otra consecuencia? El odio engendra odio, la mala voluntad engendra mala voluntad. A menudo en nuestras relaciones individuales o sociales, ese espíritu de represalia crea solamente mayor violencia y antagonismo.

El espíritu de venganza anda desenfrenado en el mundo. ¿Sois capaces de tener alguna otra actitud hacia la violencia? Al ser violentos nos sentimos poderosos. Para emplear una frase comercial: produce dividendos mayores y más rápidos el odio. El individuo ha creado la estructura social existente por su odio recóndito, por su deseo de desquitarse y de obrar violentamente. El mundo que nos rodea está en condición febril de odio y de violencia. A causa de su astucia y su fuerza tendenciosa nos veremos fácilmente arrastrados en esa corriente brutal, a menos que nosotros mismos estemos libres del odio. Si estáis libre de él entonces no surge la cuestión de la actitud que deba asumirse hacia sus múltiples expresiones. Si fueseis profundamente conscientes del odio mismo y no meramente de sus expresiones arteras, veríais que el odio sólo engendra odio. Si lo tenéis en vuestro interior responderéis al odio de otro, y puesto que el mundo es vos mismos os veréis obligado a reaccionar a sus temores, ignorancia y codicia. Seguramente estáis prontos a odiar, a ejercer venganza, si vuestro pensamiento está confinado al yo. La codicia y el amor posesivo tienen que incubar mala voluntad, y si el pensamiento no se liberta de ellos, tiene que haber constante acción de odio y violencia. Como he indicado, nuestras creencias y esperanzas son el resultado del anhelo, y cuando sobre ellos lanzamos la duda, brotan el resentimiento y la cólera. Al comprender la causa del odio nacen el perdón y la bondad. La comprensión y el amor surgen a través del estado de percepción lúcida.

Ojai, 1944

Pregunta: ¿Cómo podré emanciparme del odio?

Krishnamurti: Preguntas análogas me han sido hechas con respecto a la ignorancia, la ira, los celos. Al responder a esta pregunta, espero responder también a las otras.

Ningún problema puede ser resuelto en su propio plano, en su propio nivel, tiene que ser entendido, y por lo tanto disuelto, desde un plano diferente y más profundo de abstracción. Si aspiramos tan sólo a emanciparnos del odio suprimiéndolo o tratándolo como cosa molesta y embarazosa, no lo disolveremos; volverá a presentarse una y otra vez en formas diferentes, ya que en ese caso lo habríamos enfrentado desde su propio nivel, limitado y mezquino. Pero si empezamos a entender sus causas intimas y sus efectos externos, tomando con ello nuestro pensar-sentir más amplio y profundo, más sagaz y más claro, el odio desaparecerá de un modo natural, porque estaremos interesados en niveles más importantes y profundos de pensamiento‑sentimiento.

Si sentimos ira y somos capaces de vencerla, o nos dominamos a nosotros mismos en forma tal que ella no vuelva a surgir, nuestra mente sigue siendo tan pequeña e insensible como antes. ¿Qué habremos ganado con nuestro esfuerzo para no experimentar ira, si nuestro pensar‑sentir continúa todavía lleno de envidia y de miedo, de estrechez y limitaciones? Podemos librarnos del odio y de la ira, pero si nuestra mente-corazón sigue siendo necia y mezquina suscitará otros problemas y otros antagonismos, lo que hará que el conflicto no tenga fin. Si empezamos, en cambio, a mantener nuestra conciencia despierta y alerta, entendiendo por lo tanto las causas y efectos de la ira, ciertamente ampliaremos nuestro pensar-sentir y lo libraremos de la ignorancia y el conflicto. En ese estado de conciencia alerta empezaremos a descubrir las causas del odio y de la ira, que son el miedo y el afán de protección del “yo” en sus diferentes aspectos. A través de esa conciencia alerta, descubrimos nuestra ira, producida quizás, porque nuestras creencias particulares han sido atacadas; y llevando más a fondo el examen llegamos a preguntarnos si las creencias y los credos son realmente necesarios. Mediante este proceso nos damos más amplia cuenta de todo lo que ello significa; percibimos cómo los dogmas y las ideologías dividen al género humano y dan origen a los antagonismos, a las diversas formas de la crueldad y del absurdo. De modo, pues, que con esta conciencia alerta y expandida, con esta comprensión de lo que la ira significa en el fondo, ella no tarda en desvanecerse; mediante este proceso de autopercepción la mente se vuelve más profunda, más serena, más sabia, y así, las causas del odio y de la ira ya no encuentran cabida. Librando nuestro pensar‑sentir de la ira y del odio, de la codicia y de la mala voluntad, nace una ternura que es la única cura. A esta dulzura, a esta compasión, no se llega suprimiendo ni substituyendo nada, sino alcanzando el conocimiento propio y el recto pensar.

Jiddu Krishnamurti en español

Problemas de la Guerra y la Paz

Ojai, 1944

Pregunta: Mi hijo fue muerto en la guerra. Tengo otro hijo de doce años y no quiero perderlo a él también en una nueva guerra. ¿Cómo se la podrá evitar?

Krishnamurti: Estoy seguro que esta misma pregunta ha de hacerla toda madre y todo padre a través del mundo. Es un problema universal. Y yo me pregunto, a mi vez, qué precio los padres estarán dispuestos a pagar para impedir otra guerra, para evitar que sus hijos sean asesinados, para impedir estas aterradoras matanzas de hombres; qué quieren exactamente decir cuando afirman que aman a sus hijos, que la guerra debe ser evitada, que tiene que haber fraternidad, que hay que encontrar algún medio de poner fin a todas las guerras.

Para crear nuevas formas de vida tendrá que operarse un cambio revolucionario en nuestro pensar-sentir. Habrá otra gran guerra, forzosamente la habrá, si continuamos pensando en términos de nacionalidades, de prejuicios raciales, de fronteras económicas y sociales. Si cada uno de nosotros considera realmente en el fondo de su corazón, lo que hay que hacer para impedir una nueva guerra. Verá que tiene que dejar de lado toda idea de nacionalidad, la religión particular a que pertenezca, su codicia y su ambición. Si esto no se lleva a efecto, habrá una nueva guerra, pues estos prejuicios y el pertenecer a tal o cual religión son tan sólo expresiones externas de la ignorancia, del egoísmo, de la mala voluntad y de la concupiscencia.

Me responderéis, sin duda, que tomará demasiado tiempo la transformación de cada uno de vosotros y el convencer a todos vuestros semejantes en el mismo sentido; que la sociedad no está preparada para recibir esta idea; que a los políticos no les interesa; que los dirigentes son incapaces de concebir un gobierno o Estado mundial sin soberanías separadas. Diréis probablemente que sólo un proceso evolutivo producirá gradualmente el cambio necesario. Si le respondieseis de ese modo a un padre cuyo hijo está destinado a morir en una nueva conflagración, y si él quiere realmente a su hijo, ¿creéis que hallaría alguna esperanza en este proceso evolutivo gradual? Lo que quiere es salvar a su hijo, y por eso pregunta cuál es el medio más seguro de terminar con todas las guerras. No podrá quedar satisfecho con vuestra teoría de la evolución gradual. ¿Esta teoría evolucionista de la paz progresiva es verdadera o la hemos inventado para racionalizar nuestra pereza, la tendencia egoísta de nuestro pensar-sentir? ¿No es acaso una teoría incompleta, y por lo tanto falsa? Se nos ocurre que tenemos que atravesar todas las etapas: la familia, el grupo, la nación, la sociedad internacional, para alcanzar tan sólo en última instancia la paz. En ello hay una tentativa de justificar nuestro egoísmo y estrechez de miras, nuestro fanatismo y nuestros prejuicios; en vez de eliminar resueltamente el peligro que nos acecha, inventamos una teoría del desarrollo progresivo y a ella le sacrificamos la felicidad de las demás y de nosotros mismos. Si aplicamos nuestra mente y corazón, empero, a curar la enfermedad mortal de la ignorancia y del egoísmo, crearemos un mundo sano y feliz.

No tenemos que pensar y sentir horizontalmente, por así decirlo, sino verticalmente. Veamos lo que ello significa. Hasta ahora y con la idea de que eventualmente se llegará a un paraíso sobre la tierra, nuestro pensamiento ha concebido un proceso gradual de evolución, de lento esclarecimiento a través del tiempo, siguiendo una corriente de conflictos y miserias sin fin, de asesinatos en masa y de treguas llamadas “paz”. ¿Por qué, en vez de pensar y sentir a lo largo de esos senderos horizontales, no habríamos de pensar verticalmente? ¿No podríamos zafarnos de la continuación horizontal del desorden y las luchas, y pensar-sentir de nuevo, alejándonos de todo eso, sin el sentido del tiempo, es decir, verticalmente? Dejando de pensar en términos de evolución, lo cual tiende a racionalizar nuestra pereza y continua postergación, ¿no podríamos pensar-sentir directamente, simplemente? El amor de una madre la lleva a sentir directa y simplemente, pero su egoísmo, su orgullo nacional y otros factores contribuyen a que piense y sienta horizontalmente, en términos de evolución gradual.

El presente es lo eterno; ni el pasado ni el futuro pueden revelarlo Sólo a través del presente se realiza Aquello que es, independientemente del tiempo. Si deseáis realmente salvar de otra guerra a vuestros hijos, y por consiguiente a la humanidad, habréis de pagar el precio que corresponde: dejar de ser codiciosos y mundanos y no tener mala voluntad hacia ningún ser. La concupiscencia, la mala voluntad y la ignorancia, en efecto, engendran conflictos, desorden y antagonismos; nutren el nacionalismo, el orgullo y la tiranía de la máquina. Sólo si estáis dispuestos a libraros de la sensualidad, de la mala voluntad y de la ignorancia, salvaréis a vuestros hijos de una guerra. Para lograr la felicidad del mundo, para poner término a estos asesinatos en masa, tiene que producirse una completa revolución en los espíritus. Ella nos traerá una nueva moral que no se basará en valores sensuales sino en la liberación de toda sensualidad, mundanalidad y ansia de inmortalidad personal.

Pregunta: Yo tenía un hijo que murió en la guerra actual. El no quería morir. Quería vivir para impedir que este horror llegase a repetirse. ¿Tengo yo la culpa de que haya muerto?

Krishnamurti: Todos nosotros tenemos la culpa de que continúen los horrores actuales. Son el resultado externo de nuestra diaria vida interna, de nuestra diaria vida de codicia, mala, voluntad, sensualidad, competencia, afanes adquisitivos y religión especializada. La culpa es de todos los que, entregándose a estas fuerzas, han engendrado esta espantosa calamidad. Es porque somos individualistas, nacionalistas, apasionados, por lo que cada uno ha contribuido a este asesinato en masa. Se os ha enseñado a matar y a morir, pero no a vivir. Si de todo corazón aborrecieseis las matanzas y la violencia en cualquiera de sus formas, encontraríais el medio de vivir pacífica y creadoramente. Si éste fuese vuestro fundamental interés, os pondríais a averiguar dónde están las causas, los instintos, que engendran la violencia, el odio y los asesinatos en masa. ¿Os anima ese interés total y apasionado en suprimir la guerra? Si la respuesta es afirmativa, tendréis que arrancar de vosotros mismos los motivos que inducen a emplear la violencia y a matar no importa la razón que se de para ello. Si deseáis acabar con las guerras, tendrá que producirse una revolución íntima y profunda de tolerancia y compasión; entonces vuestro pensar-sentir tendrá que librarse del patriotismo, de la codicia, de toda identificación con determinados grupos y de todas las causas que engendran enemistad.

Una madre me dijo una vez que el abandono de todas esas cosas no sólo sería extremadamente difícil, sino que provocaría una gran soledad y terrible aislamiento, insoportables para ella. ¿No era ella, entonces, también responsable de estas indescriptibles desgracias? Algunos de vosotros tal vez concuerden con ella; y de ser así, con vuestra pereza e irreflexión estaríais echando leña a la hoguera siempre creciente de la guerra. Si, por el contrario, intentáis seriamente desarraigar de vosotros las causas íntimas de enemistad y violencia, habrá paz y regocijo en vuestro corazón, lo que surtirá inmediato efecto en torno vuestro.

Tenemos que reeducarnos para no asesinar, no liquidarnos los unos a los otros por causa alguna, por más justa que ella parezca para la felicidad futura de la humanidad, ni por ideología alguna por más prometedora que ella sea; nuestra educación no tiene que ser meramente técnica, pues ello inevitablemente engendra crueldad, sino que debe enseñarnos a contentarnos con poco, a ser compasivos y a buscar lo Supremo.

La prevención de estos horrores y destrucciones siempre en aumento depende de cada uno de nosotros; no de tal o cual organización o plan de reforma, ni de ninguna ideología, ni de la invención de mayores instrumentos de destrucción, ni de ningún jefe o dirigente, sino de cada uno de nosotros. No creáis que las guerras no pueden evitarse partiendo de una base tan humilde e insignificante; una piedra puede alterar el curso de un río. Para llegar lejos tenemos que empezar cerca. Para comprender el caos y la miseria mundiales, tendréis que entender vuestra propia confusión y dolor, pues de éstos provienen los más vastos problemas del mundo. Y para entenderos a vosotros mismos tendréis que manteneros constantemente en estado de conciencia alerta y meditativa, lo cual hará surgir a la superficie las causas de violencia y de odio de codicia y ambición; estudiando dichas causas sin identificación, el pensamiento las trascenderá. Nadie, salvo vosotros mismos, puede conduciros a la paz. No hay más jefe ni sistema que pueda poner término a la guerra, a la explotación y a la opresión, que vosotros mismos. Sólo con vuestra reflexión con vuestra compasión y con el despertar de vuestro entendimiento, podrá establecerse la paz y la buena voluntad.

Ojai, 1945‑46

Pregunta: Estas guerras monstruosas claman por una paz duradera. Todos hablan ya de una tercera guerra mundial. ¿Ve usted la posibilidad de evitar esta nueva catástrofe?

Krishnamurti: Cómo podemos esperar evitarla cuando los elementos y valores que causan la guerra continúan? ¿Ha producido algún profundo cambio fundamental en el hombre la guerra que apenas acaba de pasar? El imperialismo y la opresión mantienen aún su señorío, tal vez hábilmente disimulado; continúan los estados soberanos separados; las naciones maniobran encaminadas a nuevas posiciones de poder; el fuerte todavía oprime al débil; la elite dirigente explota todavía a los dirigidos; los conflictos sociales y de clases no han cesado; los prejuicios y odios arden por todas partes. Mientras el sacerdocio profesional con sus prejuicios organizados justifique la intolerancia y la liquidación de otro ser por el bien de vuestro país y la protección de vuestros intereses e ideologías, habrá guerra. En tanto que los valores sensorios predominen sobre el valor eterno, habrá guerra.

Lo que vos sois eso es el mundo. Si sois nacionalista, patriota, agresivo, ambicioso, codicioso, sois entonces la causa de conflicto y guerra. Si pertenecéis a alguna particular ideología, a un prejuicio especializado, aun si se le llama religión, seréis entonces la causa de contienda y miseria. Si estáis enredado en valores sensorios habrá entonces ignorancia y confusión. Porque lo que sois es el mundo; vuestro problema es el problema del mundo.

¿Habéis cambiado fundamentalmente a causa de esta catástrofe presente? ¿No seguís llamándoos americano, inglés, indo, alemán y así sucesivamente? ¿No codiciáis todavía posición y poder, posesiones y riquezas? El culto se convierte en hipocresía cuando estáis cultivando las causas de la guerra; vuestras oraciones os conducen a la ilusión si os entregáis en brazos del odio y la mundanalidad. Si no borráis en vos mismo las causas de enemistad, de ambición, de codicia, entonces vuestros dioses son dioses falsos que os llevarán a la miseria. Sólo la buena voluntad y la compasión pueden traer orden y paz al mundo y no los pactos políticos y las conferencias. Debéis pagar el precio de la paz. Debéis pagarlo voluntaria y dichosamente y ese precio es estar libre de concupiscencia y mala voluntad, mundanalidad e ignorancia, prejuicio y odio. Si hubiese tal cambio fundamental en vos, podríais contribuir a la existencia de un mundo pacífico y sano. Para tener paz debéis ser compasivo y reflexivo. Podréis no ser capaces de evitar la Tercera Guerra Mundial, pero podéis libertar vuestro corazón y mente de la violencia y de las causas que producen la enemistad e impiden el amor. Entonces en este mundo de obscuridad habrá algunos que sean puros de corazón y mente y de ellos tal vez venga a nacer la semilla de una cultura verdadera. Purificad vuestro corazón y mente, porque sólo por vuestra vida y acción puede haber paz y orden. No os perdáis y quedéis confusos dentro de las organizaciones, sino manteneos por completo sólo y sencillo. No busquéis meramente evitar la catástrofe, sino más bien que cada uno desarraigue profundamente las causas que alimentan el antagonismo y la contienda.

Jiddu Krishnamurti en español

Problemas de la Guerra y la Pazl

Problemas Económico-Sociales

Ojai, 1944

Pregunta: Yo quiero servir y ayudar a mis semejantes. ¿Cuál es la mejor forma?

 

Krishnamurti: La mejor forma consiste en empezar a entenderos y modificaros vosotros mismos. En el deseo de ayudar y servir al prójimo se halla oculta la vanidad, el engreimiento. Cuando uno ama, ayuda. Este afán de ayudar nace de una vanidad.

Si queréis ayudar a otro ser tendréis que conoceros a vosotros mismos, pues vosotros sois el otro ser. En lo externo podemos ser diferentes; amarillos, negros, morenos o blancos. Pero a todos nos mueve el deseo, el miedo, la codicia o la ambición; por dentro nos parecemos mucho. Sin entenderse a sí mismo, nadie puede entender ni servir realmente al prójimo. Sin conocimiento propio, ¿cómo podréis tener conocimiento de las necesidades ajenas? Sin el conocimiento de sí mismo, el hombre actúa en la ignorancia y engendra sufrimiento

Analicemos lo que antecede. La industrialización se difunde rápidamente a través del mundo, impulsada por la codicia y por la guerra. La industrialización puede dar trabajo y alimentar a la gente, ¿pero cuál será su resultado final? ¿Qué le ocurre a un pueblo altamente desarrollado en el aspecto técnico? Será más rico, tendrá más automóviles, más aviones, más lugares de diversión, más cinematógrafos, casas mejores y en mayor número, ¿pero qué le acontece como conglomerado de seres humanos? Que ellos se vuelven cada vez más duros, más mecánicos, menos creadores.

La violencia sienta entre ellos sus reales: y el gobierno, en tales circunstancias, es la organización de la violencia. La industrialización podrá traer mejores condiciones económicas, ¡pero con qué espantosos resultados! Conventillos y barrios miserables, antagonismo entre trabajadores y no trabajadores, caudillos y esclavos, capitalismo y comunismo, es decir, todo ese caos que se extiende rápidamente a diversas partes del mundo. Suele decirse que por suerte habrá elevación del nivel de vida, que la miseria será liquidada, que habrá trabajo, libertad, dignidad y otras cosas más. Lo que hay y que continúa, mientras tanto, es la división de los hombres en ricos y pobres, en poderosos y ambiciosos de poder. ¿Y el final de todo ello, cuál es? ¿Qué ha sucedido en Occidente? Guerras, revoluciones, amenaza constante de destrucción, infinita desesperación. ¿Quién brinda ayuda a quién, y quién sirve a quién? Cuando todo cae destruido en torno nuestro, los hombres de pensamiento tienen que investigar a qué causas profundas ello obedece. ¡Son tan pocos, empero, los que parecen formularse ese interrogante! El hombre al que una bomba le hace volar la casa envidia sin duda al hombre primitivo. La civilización ha sido llevada a los pueblos “atrasados”… ¡pero a qué precio! No basta servir a nuestros semejantes; hay que considerar cuáles serán las consecuencias de dicho “servicio”. Pocos son los que perciben las causas más profundas de tanto desastre. No es posible destruir la industria ni prescindir de la aviación; lo que si resulta posible es extirpar de raíz las causas que conducen a su mal empleo. Las causas de todo ese espanto residen en vosotros mismos. Podréis desarraigarlas, lo que representa sin duda una tarea difícil. Pero como el hombre no hace frente a esa tarea, trata de legalizar o prohibir la guerra; surgen los pactos, las ligas, la seguridad internacional y otras cosas por el estilo. Pero la codicia, la ambición, se sobreponen a ellas, lo que trae como consecuencia la guerra y las catástrofes.

Para ayudar a los demás, habréis de conoceros a vosotros mismos. Los demás, al igual que vosotros, son el resultado del pasado. Estamos todos en relación los unos con los otros. Si padecéis en lo intimo de vuestro ser la enfermedad de la ignorancia, la mala voluntad y la ira, inevitablemente difundiréis en torno vuestro enfermedad y sombras. Si sois íntimamente sanos e íntegros, difundiréis luz y paz; no siéndolo, contribuiréis a producir peor caos y mayor miseria. Entenderse a uno mismo requiere paciencia, tolerante y despierta conciencia. El “yo” es una obra en varios tomos que no puede leerse en un día; pero una vez comenzada esa lectura, hay que leer cada palabra, cada frase, cada párrafo, ya que en ellos están las insinuaciones del todo. El comienzo de esa obra es el final de la misma. Si sabéis leerla, encontraréis la suprema sabiduría.

Pregunta: Como muchos otros hombres de Oriente, parece Ud. estar contra la industrialización. ¿Por qué lo está?

Krishnamurti: Yo no se si muchos hombres de Oriente están contra la industrialización, y si lo están, ignoro qué razones invocan para ello; pero creo haberos explicado por qué considero que la simple industrialización no da solución alguna a nuestros problemas humanos, con todos sus conflictos y sufrimientos. La mera industrialización fomenta valores mundanos: mejores y más amplios cuartos de baño, mejores y mayores coches, distracciones, diversiones y todo lo demás. Los valores externos y temporales adquieren precedencia sobre los valores eternos. Se busca la felicidad y la paz en las posesiones, ya sean materiales o intelectuales; en el apego a las cosas o al mero conocimiento. Recorred cualquiera de las calles principales y veréis tiendas y más tiendas que venden la misma cosa aunque de diferentes formas y colores; innumerables revistas y miles de libros. Nuestro deseo es que se nos distraiga, se nos divierta, se nos libre de nosotros mismos, dado que íntimamente somos tan pobres, desdichados, vacías, y que siempre, por una causa u otra, nos agobia alguna pena. Y de ese modo, habiendo demanda, hay producción y se establece la tiranía de la máquina. Y se nos ocurre que la simple industrialización resolverá nuestro problema económico y social. ¿Lo resuelve realmente? Tal vez durante un tiempo; pero con ella llegan las guerras, las revoluciones, la opresión y la explotación, y les llevamos la “civilización” a los pueblos no civilizados.

Bueno, la industrialización y la máquina ya las tenemos, y no podemos deshacernos de ellas. Pero ellas sólo ocupan su verdadero lugar cuando el hombre no depende de las cosas para su felicidad, cuando cultiva la riqueza intima, los imperecederos tesoros de la realidad suprema. Sin ello, la mera industrialización acarrea inenarrables horrores; acompañada de los tesoros del alma tiene un sentido. Este no es un problema de tal o cual raza o país, es un problema humano. Sin el poder compensador de la compasión y de la espiritualidad, lo único que obtendréis con el mero acrecentamiento de la producción de cosas, de hechos y de técnica, serán mejores y mayores guerras, opresión en lo económico, mayor rivalidad de las potencias, medios más sutiles de engaño, división y tiranía.

Así como una piedra puede torcer el curso de un río, unos pocos hombres que entiendan de verdad podrán quizá desviar este terrible curso de la especie humana. Pero nos resulta difícil resistir la constante presión de la civilización moderna si no mantenemos nuestra conciencia constantemente despierta y alerta, descubriendo así los tesoros que son imperecederos.

Pregunta: ¿Por qué no hace Ud. frente a los males económicos y sociales, en vez de refugiarse en una actitud mística y obscura?

Krishnamurti: He hecho lo posible por señalar que sólo dando importancia a las cosas primordiales, los problemas secundarios podrán ser entendidos y resueltos. Los males sociales y económicos no podrán remediarse sin comprender que es lo que los causa. Para entenderlos y de tal modo efectuar un cambio fundamental, tenemos que empezar por comprendernos a nosotros mismos, causantes de esos males. Nosotros, individual y colectivamente, hemos engendrado el desorden, las luchas económicas y sociales. Solo nosotros somos responsables de todo eso; y es por ello que nosotros mismos, individual y quizá colectivamente, podremos establecer el orden y la claridad. Para actuar colectivamente, tenemos que empezar por la acción individual. Para obrar como agrupación, cada cual tiene que entender y alterar radicalmente dentro de sí mismo aquellas causas que engendran conflictos y constante dolor. Con ayuda de leyes podréis obtener determinados resultados benéficos; pero si no se altera lo que hay en el fondo de todos los males, es decir, las causas fundamentales de todo conflicto y antagonismo, la obra legislativa terminará por ser subvertida y cederá su lugar a un nuevo desorden. Las reformas meramente externas exigirán nuevas reformas, y por ese camino se llega a la opresión y a la violencia. El orden y la paz creadores y duraderos vendrán tan sólo si cada cual establece la paz y el orden dentro de sí mismo.

Cada uno de nosotros, sea cual sea su posición, busca el propio engrandecimiento: es codicioso, sensual y violento. Si no pone término a eso dentro de sí mismo y por sí mismo, las reformas externas podrán, por cierto, dar buenos resultados superficiales; pero éstos, en un momento dado, serán anulados por hombres que andan constantemente en busca de fama, de posición, de poder. Para producir los cambios indispensables y fundamentales en el mundo externo, con sus guerras, rivalidades y tiranías es evidente que deberéis empezar por vosotros mismos, transformándoos profundamente. Me diréis que en esa forma llevará un tiempo enorme modificar el mundo. ¿Y qué hay con eso? ¿Acaso una revolución superficial, por rápida e implacable que sea, alterará el hecho íntimo? ¿Sacrificando el presente podrá crearse un mundo futuro de felicidad? ¿Empleando malos medios podrán lograrse buenos fines? Esto no se nos ha probado, a pesar de lo cual continuamos haciendo siempre lo mismo, ciegamente, irreflexivamente, con el resultado de que el mundo ha llegado a la más extrema destrucción y miseria. No es posible alcanzar la paz y el orden si no es por medios ordenados y pacíficos. ¿El propósito de las revoluciones meramente externas económicas y sociales, es acaso libertar al hombre ayudándole a pensar y sentir plenamente, a vivir de un modo completo? Los que quieren cambios rápidos, inmediatos, en el orden económico y social, también crean normas rígidas de conducta y de pensamiento. No aspiran a que se sepa “cómo pensar”; dictan “lo que hay que pensar”. ¿No es así? El cambio brusco defrauda, pues, su propio objetivo, y el hombre vuelve a ser juguete del medio ambiente.

 

He tratado de explicar en estas conferencias que la ignorancia, la mala voluntad y la concupiscencia, engendran dolor, y que si el hombre no se purifica, no elimina de su ser esos estorbos, inevitablemente produce conflictos, desorden y miseria. La ignorancia, es decir, la falta de conocimiento propio, es el mayor de los males. La ignorancia impide el recto pensar y pone el principal acento en cosas que son secundarias, con lo cual la vida se torna vacía, monótona, mera rutina mecánica de la que buscamos salida en diversas formas: arrojándonos al dogma, a la especulación y a una serie de engañosos espejismos. Nada de eso es misticismo. Pero si procuramos entender al mundo externo, alcanzaremos el mundo interior; y éste, cuando se lo busca acertadamente y se lo entiende de verdad, conduce a lo Supremo. Esta realización no es fruto de ninguna escapatoria, y sólo esta realización traerá orden y paz al mundo.

El mundo se ha sumido en el caos porque nosotros hemos perseguido valores falsos. Hemos dado importancia a lo terrenal, a la sensualidad, a la gloria y a la inmortalidad personales, cosas todas que engendran conflictos y dolor. El verdadero valor se halla en el recto pensar; y no hay recto pensar sin conocimiento propio. El conocimiento propio nos llega cuando adquirimos clara y alerta conciencia de nosotros mismos.

Jiddu Krishnamurti en español